Civilización del Islam

Islamología (II)

Por: Ricardo H. S. Elía

«Si esto es el Islam, ¿no somos todos musulmanes?».

Johann Wolfgang Goethe

          Orientalistas y románticos: De Goethe a Napoleón

   Un intelectual inglés como William Beckford (1760-1844) escribirá una novela inspirada en temas musulmanes como Vathek (Oxford University Press, Oxford, 1988 y Alianza, Madrid, 1993), y el alemán Christoph Friedrich Bretzner (1746-1807) en su Belmonte y Costanza (1781) introducirá a Bassa Selim, un musulmán que representa a esa humanidad sincera que no se encuentra entre los europeos. Sobre ese argumento de Bretzner crearía Mozart, en una adaptación libre, una pieza cantada en tres actos, el célebre Rapto del serrallo (1782).

   En Alemania, el escritor y poeta Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) publicó en 1773 su poema «Mahoma», en el que incluye como personajes al Profeta del Islam, a su yerno y sucesor Alí Ibn Abi Talib, y a su hija Fátima. Para la construcción de esta obra, Goethe utilizó como fuentes el libro de Jean Gagnier (1670-1740) La vie de Mahomet (Amsterdam, 1732), y la tragedia de Voltaire (1694-1778) Mahomet (París, 1741). Ya antes de esta realización, en junio de 1772, escríbele Goethe a su amigo el literato Johann Gottfried Herder (1744-1803) desde Wetzlar: «Siéntome tentado a pedirle a Dios como Moisés en el Corán. Señor, hazme espacio en mi menguado pecho». Su extenso y polifacético «Diván de Oriente y Occidente» trasunta un reconocimiento de la sabiduría coránica y la mística de los poetas musulmanes como Firdusí, Rumí, Hafiz y Sa’adi (cfr. J. W. Goethe, Obras Completas, tomos 1 y 3, Aguilar, Madrid, 1987).

   El 12 de junio de 1755 la prusiana Universidad de Königsberg (Kaliningrad, Rusia, a partir de 1946) otorgó a Emmanuel Kant (1724-1804) el título de Doctor en Filosofía. En su diploma figura un encabezamiento en árabe; se trata de la primera aleya del Sagrado Corán: «En el Nombre de Dios, Graciabilísimo, Misericordiosísimo». Este testimonio documentado demuestra la profundidad de la penetración de la ciencia y el pensamiento islámicos en Europa, en lugares tan recónditos como la Prusia oriental (cfr. Martínez Montávez y Ruíz Bravo-Villasante: Europa Islámica. Op. cit., p. 128).

   El conde polaco Jan Potocki (1761-1815), curioso e infatigable viajero, recorrió grandes regiones del mundo musulmán, desde Marruecos al Cáucaso, pasando por Egipto y Turquía, aportando interesantes descripciones en sus libros de viajes (cfr. Jan Potocki: Viaje al Imperio de Marruecos, Laertes, Barcelona, 1991; Viaje a Turquía y Egipto, Laertes, Barcelona, 1992; Viaje a las estepas de Astracán y del Cáucaso, Laertes, Barcelona, 1994). Más tarde, sería imitado por el novelista francés Gustave Flaubert (1821-1880) con su «Viaje al Oriente» (Cátedra, Madrid, 1993).

   Una traducción del Corán al francés por el viajero Claude Savary (1750-1788) —public. por la Edit. “El Nilo”, Bs. As., 1944—, y una «Vida de Mahoma» (Amsterdam, 1731) del historiador Henri de Boulainvilliers (1658-1722) despertarían una admiración del Islam por Napoleón Bonaparte (1769-1821) que se mantendría hasta sus últimos días en Santa Helena. Durante todo el tiempo que duró la primera campaña de Italia (1796), Bonaparte utilizó su tiempo libre en leer libros de autores musulmanes. Vale la pena señalar que años después se descubrió que casi todos los volúmenes de la célebre biblioteca de Milán referidos al Islam y a Oriente llevaban notas de puño y letra del estratega corso. «El mismo Napoleón no sólo hacía la Historia, también la pensaba, la del pasado, más que la del presente, y cada uno de sus juicios demuestra una precisión infalible» (Hichem Djaït: Europa y el Islam, Libertarias/al-Quibla, Madrid, 1990, p.230). Así gustó decir: «El Islam conquistó la mitad del globo en sólo diez años, mientras el Cristianismo necesitó trescientos años», «No hay más Dios que el Dios de Mahoma y es absurdo creer que tres sean uno», «El justo es una imagen de Dios sobre la tierra», y «Todo proclama la existencia de Dios y sobre esto no es posible dudar» (cfr. Roger Peyre: Napoléon y su tiempo, 2 vols., Vol. 1: Bonaparte, Salvat, Barcelona, 1889; Christian Cherfils: Bonaparte et l’Islam d’après les documents français arabes, A. Pedone, París, 1914).

   Uno de sus generales, Jacques François de Boussay, barón de Menou (1750-1810), —mariscal de campo en 1792 y comandante del Ejército de Oriente entre 1800-1801—, se convirtió al Islam en Egipto y adoptó el nombre de Abdallah. En su «Memorial de Santa Helena», Napoleón dice: «El fenómeno más singular de mi reinado es sin duda que el Santo Padre (Pio VIII) fuese recibido en las fronteras por el converso Abdallah Menou» (cfr. Jean Tranié y J.C. Carmigniani: Bonaparte. La campagne d’Egypte, Editions Pymalion/Gérard Watelet, París, 1988; Albert Manfred: Napoleón Bonaparte, Akal, Madrid, 1988, Cap. V: Egipto y Siria, pp. 151-175). Abdallah Menou, por otra parte, editó el primer periódico en lengua árabe en agosto de 1800, titulado «La advertencia» (Al-Tanbih), de efímera duración. Esto abriría el camino para la primera imprenta árabe en Bulaq (Egipto) en 1822; el primer diario oficial: Al-Waqa’i al-misriyya («Los acontecimientos de Egipto) aparecería el 20 de noviembre de 1928.

   El historiador egipcio Sheij Abderrahmán al-vabarti (1753-1825), que fue testigo presencial de la entrada de las fuerzas francesas, aporta cierto datos interesantes de la idiosincracia de los bonapartistas: «Si los musulmanes se acercaban para inspeccionar no les impedían que entrasen en sus lugares más preciados... y si encontraban en el visitante el apetito o el deseo de saber le demostraban amistad y amor y le traían toda suerte de imágenes y mapas, y animales y aves y plantas, e historias de los antiguos y de las naciones y relatos de los profetas... Los visité a menudo, y me mostraban todo eso» (cfr. Abd al-Rahman al-Jabarti: Aÿa’ib al-athar fi’l taraÿim ua’l-ajbar, El Cairo, 1965, vol. 4, p. 348; Shmuel Moreh: Napoleon in Egypt: Al-Jabarti’s Chronicle of the French Occupation, 1798, Markus Wiener Publishing, Princeton, 1993).

Aubert-Dubayet

   Un personaje de excepción fue el general francés Jean Baptiste Annibal Aubert-Dubayet. Nacido en Nueva Orleans (Louisiana) en 1757, participó en la Revolución Americana como teniente a las órdenes del marqués de Lafayette (1757-1834) y luego en la Revolución Francesa desde el comienzo, siendo elegido diputado de Isère en la Asamblea Legislativa. Luego de combatir contra los austríacos y los monárquicos de la Vendée y ser ascendido a general, en 1795 fue nombrado ministro de la Guerra. El 8 de febrero 1796 fue enviado por el Directorio a Estambul como embajador plenipotenciario y asesor militar. Aubert-Dubayet llegó a la «Sublime Puerta» (Bab-i Alí) con un grueso contingente de oficiales de ejército y marina y en poco tiempo abrió varias escuelas y centros de entrenamiento militar para reorganizar las obsoletas fuerzas armadas otomanas, teniendo como hipótesis de conflicto la guerra contra Inglaterra. Aubert-Dubayet aprendió el turco y se dedicó al estudio de diversos temas islámicos; también fundó una biblioteca con 400 libros europeos entre los que se contaba la Grande Encyclopédie, y exigió que los militares otomanos aprendieran el francés. El 17 de diciembre de 1797, Aubert-Dubayet falleció en Estambul, dejando inconclusos sus numerosos planes y proyectos, que teniendo en cuenta la expedición de Bonaparte a Egipto y la India del año siguiente, y el rol preponderante del Imperio Otomano en esa estrategia, muy probablemente hubiesen cambiado el curso de la historia.

Domingo Badía «Alí Bey»

   Uno de los viajeros europeos que más recorrió el mundo islámico a principios del siglo XIX fue el catalán Domingo Badía y Leblich (1767-1818). Con el apoyo de Manuel Godoy (1767-1851), primer ministro español y partidario de Bonaparte, y con el propósito de encontrar los mejores caminos para el desarrollo comercial y cultural de España en el mundo islámico, Domingo Badía se inventó una identidad, Alí Bey al-Abbasí, y fingiendo ser musulmán realizó una extenso periplo que lo llevó desde Marruecos a Turquía, pasando por Egipto, Palestina y Siria y que incluyó una peregrinación a La Meca. Por eso se lo conoce como el Burton o el Lawrence español. Cuando estaba llevando a cabo su segunda peregrinación a la ciudad más santa del Islam murió de disentería, a principios de septiembre de 1818, aunque se dice que fue envenenado por medio de una taza de café servida por un agente británico, pues el Gobierno de Londres estaba celoso de la misión que perseguía. Sus «Viajes» se publicaron en alemán, francés, inglés e italiano antes que en castellano (cfr. Alí Bey/Domingo Badía: Viajes por Marruecos, Trípoli, Grecia y Egipto. Prólogo de Juan Goytisolo, J.J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 1982; Alí Bey/Domingo Badía: Viajes por Arabia, Palestina, Siria y Turquía, J.J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 1982). Véase Juan José Tapia: ‘Alí Bey, viajero de las luces’, en El Viajero Histórico —suplemento—, El legado Andalusí. Una nueva sociedad mediterránea, nº 5, Granada, 2000

Viajeras distinguidas

   Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762) fue una poetisa y escritora inglesa del siglo XVIII. Intrépida viajera, tuvo la fortuna de acompañar a su esposo embajador Lord Edward Wortley Montagu (m. 1761) por países de Europa y África y describir sus travesías en un epistolario que fue publicado póstumamente. Políglota —hablaba fluídamente griego, latín, alemán, francés e italiano—, hizo una magnífica definición de la función del libro: «Ningún entretenimiento es tan barato como la lectura, ningún placer es tan duradero. Si una mujer puede disfrutar de una obra literaria, no buscará nuevas modas, ni diversiones costosas, ni companías variadas». En 1717 llegó a Estambul y escribió esto entre muchos otros apuntes: «Es muy fácil ver que ellas (las mujeres musulmanas turcas) tienen más libertad que nosotras... El sistema judicial inglés es demasiado rígido y a menudo injusto, pero en cambio la Ley otomana es más apropiada y mejor ejecutada que la nuestra...». Comentando una reunión en la que fue agasajada con regalos, música y manjares, dice: «Me retiré con las mismas ceremonias de antes, y no pude menos que creer que había estado algunas horas en el paraíso de Mahoma, tan sorprendida estaba de lo que había visto» (cfr. The Complete Letters of Lady Mary Wortley Montagu, vol. 1, 1708-1720, Robert Halsband, Oxford, 1965; Lily Sosa de Newton: Lady Montagu a campo traviesa, Otros Países y Continentes Nº 12, Buenos Aires, oct-nov-dic 1995, p. 12; Lady Mary Montagu: Cartas desde Estambul, Casiopea, Barcelona, 1999).

   Un caso digno de mención es el arrebato romántico de Lady Lucy Hester Stanhope (1776-1839), que abandonó Inglaterra en 1810 buscando como otros tantos compatriotas (Byron, Keats, Shelley) el sol y las aventuras en el Mediterráneo. Tras un naufragio junto a la isla de Rodas en 1811, se decidió a usar ropas musulmanas masculinas para siempre y se fue a vivir al Líbano, cerca de Sidón, donde se estableció en el seno de una comunidad drusa. Allí en la aldea de voun se convirtió en una especie de «profetisa buena, sistemática, práctica... llevando un turbante muy grande... y una especie de atavío eclesiástico que parecía sobrepelliz» (James Morris: El mercado de Seleucia, Peuser, Buenos Aires, 1960, p. 124).

   Tras las huellas de Lady Stanhope, huyendo de la moral victoriana y de cierta melancolía, otra dama de alcurnia, Lady Jane Digby (1807-1881) llegaría a Damasco, y se convertiría en la esposa de un sheij musulmán.

Arabistas e islamólogos

   Un alemán, Johann Jakob Reiske (1716-1774), fue un pionero de la filología árabe. El sabio y explorador danés Carsten Niehbur (1733-1815) y el francés Constantin François Chasseboeuf, conde de Volney (1757-1820) publicaron valiosas informaciones sobre las sociedades de Oriente Medio.

   En 1795 se fundó en París la escuela especial de lenguas orientales vivas -actual Instituto Nacional de las Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO). Bajo el magisterio de Louis M. Langlès (1763-1824) y del gramático y editor de textos árabes y persas Antoine Isaac Baron Silvestre de Sacy (1758-1838), acudieron a formarse en la escuela eruditos de toda Europa, como los franceses Armand Pierre Caussin de Perceval, Gerard de Nerval (1808-1855) y Etienne-Marc Quatremère (1782-1857), el alemán Gustav Lebrecht Flügel (1802-1870), el barón irlandés William McGuckinde Slane (m. 1875) y el sevillano Pascual Gayangos y Arce (1809-1897).

   El británico William Jones (1746-1794) fundó en 1784 la Asiatic Society de Calcuta, consagrada a la vez a la indología y a los estudios islámicos. Esta sociedad editó en particular numerosos textos en árabe y en persa, y en ella se formaron numerosos islamólogos británicos y europeos. Entre los austríacos, interesados por los Balcanes otomanos, hubo también prestigiosos islamólogos, como Josef von Hammer-Purgstall (1774-1856), políglota, especialista del Imperio otomano, traductor de Hafiz y editor de una revista sobre Oriente.

   Un carácter primordial tuvo la «Historia del Corán» de Theodor Nöldeke (1836-1930) en 1860, así como la obra del vienés Alfred von Kremer (1828-1889) sobre la cultura material e intelectual del Islam medieval. Desde mediados del siglo XIX, se editaron y publicaron textos fundamentales del Islam en su lengua original, como la Síra «Vida del Profeta», por Heinrich Ferdinand Wüstenfeld (1809-1899), diccionarios biográficos y enciclopedias geográficas.

   El sueco Carl J. Tornberg (1807-1877) editó la obra del historiador Ibn al-Atir (ver aparte); el holandés Reinhart Dozy (1820-1883), la de los historiadores del Occidente musulmán; y el italiano Michele Amari (1806-1882), las fuentes árabes sobre Sicilia (Biblioteca arabosícula). Al-Mas’udí (ver aparte) fue publicado en París por C. Barbier du Meynard (1826-1908), mientras que el holandés Michael Jan de Goeje (1836-1909), notable traductor del árabe, realizó en Leiden, en colaboración con un equipo internacional, la edición de las obras de at-Tabarí (ver aparte), primordial para el conocimiento de los tres primeros siglos del Islam. Otros importantes islamólogos de este período fueron los alemanes Salomon Munk (1803-1867), Gotthold Weil (1882-1960) y Helmut Ritter (1892-1971), y el sueco Samuel H. Nyberg (1889-1974).

Burton: un musulmán en el Foreign Office

   El viajero, erudito, militar, diplomático y agente secreto británico Sir Richard Francis Burton (1821-1890), políglota que hablaba fluídamente el árabe, el persa y otras treinta lenguas y dialectos, se hizo musulmán hacia 1849 y escribió varias obras especializadas como Mi peregrinación a Medina y La Meca, 3 vols., Laertes, Barcelona, 1989, en la que da cuenta de su peregrinación a las ciudades sagradas del Islam en 1853.

   «La vida adulta de Burton transcurrió en una incesante búsqueda en pos del conocimiento secreto que él mismo calificó genéricamente de «gnosis», mediante el cual aspiraba a desvelar la auténtica fuente de la existencia y el sentido del papel que había de desempeñar en la tierra. Esta búsqueda le condujo a investigar la cábala, la alquimia, el catolicismo romano... tras lo cual sondeó en las profundidades de las creencias sijs y probó diversas variantes del islamismo antes de optar definitivamente por el sufismo...El Islam preside los escritos que salieron de su pluma durante los últimos quince años de su vida; hizo además varias afirmaciones en tono elegíaco acerca de lo que él llamaba «la Fe Salvadora», que hoy día ya no pueden pasarse por alto...Lo que sí tiene importancia es que Burton fue uno de los primeros occidentales que se convirtió al Islam y que llegó a seguir la nueva fe hasta involucrarse a fondo en una hermandad religiosa. No cabe duda de que fue el primer europeo que escribió sobre el sufismo, y no como simple académico, sino como sufí practicante... Asimismo, realizó buena parte de una de las prácticas más honrosas del Islam, aprenderse de memoria el Corán» (Edward Rice: El Capitán Richard F. Burton, Siruela, Madrid, 1990, pp. 25 y 196). Las inclinaciones de Burton por el Islam, sus vinculaciones con los musulmanes, especialmente con el líder argelino Abd al-Qadir (ver aparte) exilado en Damasco donde Burton se desempeñaba como cónsul británico (1869-1871), hizo que sus enemigos en el Foreign Office (Ministerio de RR.EE.) convencieran a Lord Granville, el embajador británico ante el Imperio otomano, para que lo removiera de la ciudad siria. Así, a pesar de sus grandes méritos, fue prácticamente confinado de por vida a la ciudad adriática de Trieste, con un bajo salario, y sin honores de ninguna clase. Su riquísima biblioteca, que contenía importantes manuscritos islámicos y documentos invalorables, fue misteriosamente quemada tras su deceso (cfr. Byron Farwell: Burton. A Biography of Sir Richard Francis Burton, Penguin Books, Londres, 1990; Jordi Esteva y Víctor Pallejà de Bustinza: Burton o la pasión oriental, Casiopea, Barcelona, 1998).

   En 1877, el egiptólogo y erudito francés Emile Prisse d’Avennes (1807-1879) publica L’Art arabe, uno de los más suntuosos atlas del arte islámico del siglo XIX (cfr. Prisse D’Avennes: The Decorative Art of Arabia, Studio, Londres, 1989).

   El análisis crítico de las fuentes comenzó por la misma época, y así Julius Wellhausen (1844-1918) lo aplicó a los primeros historiadores musulmanes, al tiempo que en Italia Leone Caetani di Sermonetta (1869-1935) hacía lo propio en Annali dell’islam y en la Chronographia islamica (1905-1922). Su compatriota Celestino Schiaparelli (1841-1919), mientras tanto, realizaba importantes traducciones de sabios musulmanes. La escuela italiana tuvo otros dignos representantes en Giovanni Teresio Rivoira (1849-1919) y Aldo Mieli (1879-1950).

   El numismático británico Stanley Lane-Poole (1854-1931), sobrino nieto del arabista Edward William Lane (1801-1876), efectuó las investigaciones más incisivas sobre las dinastías musulmanas y el ruso Vasily Vladimirovich Bartold (1869-1930) investigó a fondo el Islam en el Asia central. El ginebrino Max Van Berchem (m. 1921) fundó la epigrafía árabe, mientras que la arqueología musulmana tuvo a uno de sus pioneros en el alemán Ernst Emil Herzfeld (1879-1948). El austríaco Alois Musil (1868-1944) descubrió los castillos omeyas del desierto sirio (1895-1915).

   En cuanto a la monumental Geschichte der Arabischen Litteratur (publicada por E.J. Brill, Leiden, 1996) del alemán Carl Brockelmann (1868-1956) ha permanecido hasta hoy en día como la base de la bibliografía árabe. Asimismo, el inglés Wilfrid Scawen Blunt (1840-1922) y su esposa, Lady Anne Isabella Blunt (1837-1917), gran viajera, se interesaron por el fenómeno del panislamismo, mientras que Edmond Doutté (1867-1926) y Edward Westermarck (1862-1939) abordaron la etnografía de los pueblos musulmanes. Igualmente, se destacaron por sus investigaciones los alemanes Adam Mez (1869-1917) y Max Meyerhof (1874-1945).

   Reynold Alleyne Nicholson (1868-1945) fue un especialista británico en lengua persa, profesor de Cambridge en literatura y mística islámicas, y traductor del Mathnaví de Yalaluddín ar-Rumí. Sus compatriota David Samuel Margoliuth (1858-1940) y Sir Hamilton A.R. Gibb (1895-1971) abordaron diversas disciplinas del Islam y realizaron estudios sociológicos e investigaciones interesantes, luego continuados por George Richard Potter y Arthur John Arberry (1905-1969).

   Los estudios sobre el Islam deben mucho al húngaro de origen judío Ignaz Goldziher (1850-1921), que aplicó en sus investigaciones los métodos del historicismo crítico, considerando al Islam en su totalidad como un fenómeno de la historia cultural (cfr. R. Simon: Ignác Goldziher. His Life and Scholarship as Reflected in his Works and Correspondence, Brill, Leiden, 1986).

   Snouck Christian Hurgronje (1857-1936), islamólogo y funcionario holandés en Indonesia, estudió por primera vez científicamente la sociedad y la historia de esta región musulmana; fue también un especialista en la historia de La Meca y en el nacimiento del Islam; Hurgronge se hizo musulmán.

   Otros especialistas europeos también se convertirán al Islam, como los suizos Titus Burckhardt (1908-1984) y Frithjof Schuon (1907-1998), y algunos morirán en tierras musulmanas, como es el caso del místico francés René Guénon (1886-1951).

   El irlandés Henry George Farmer (1882-1965), publicó Clues for the Arabian Influence on European Musical Theory (JRAS, Londres, 1929), A History of the Arabian Music to the XIII Century (Luzac, Londres, 1929).y sendos capítulos sobre la música en el Islam en The Encyclopedia of Islam (Leiden, 1936, vol.3) y en la obra de Sir Thomas Arnold y Alfred Guillaume: El Legado del Islam (Ediciones Pegaso, Madrid, 1944, pp. 465-489).

   Ha sido también loable la tarea del austríaco Gustav Edmund von Grunebaum (1909-1972), fundador del departamento de estudios islámicos de la Universidad de California en Los Angeles que hoy lleva su nombre.

   El primer representante de los estudios árabe-musulmanes en Estados Unidos fue el escocés Duncan Black MacDonald (1863-1943), quien exploró nuevos horizontes al aplicar los métodos de la psicología de las religiones al estudio de la teología islámica. Uno de sus más importantes continuadores fue Marshall G.S. Hodgson (The Venture of Islam, University of Chicago Press, Chicago, 1974).

   La necesidad de reunir y difundir la abundancia de opiniones y conocimientos diseminados en los textos y en las más diversas investigaciones promovió la Encyclopédie de l’Islam, un proyecto internacional impulsado por Goldziher y de Goeje en Leiden, y que se publicó en fascículos (1908-1938) en inglés, francés y alemán (la editorial Brill está editando en inglés la segunda edición de la obra).

   Dos grandes estudiosos provenientes del mundo islámico fueron el libanés naturalizado estadounidense Philip Khuri Hitti (1886-1978) y Albert Habib Hourani (1915-1993), nacido en Manchester (Inglaterra) de padre libaneses.

   En la segunda mitad del siglo XX, el universo de la islamología ha recibido el aporte serio y renovado de estudiosos como los japoneses Toshikiho Izutzu (1914) y Sachiko Murata, el ruso Oleg Grabar (Prin­ceton University, especialista en arte islámico), los escoceses William Montgomery Watt (1909) y Norman Alexander Daniel (1919), los ingleses Peter Malcolm Holt (1918), Bernard Lewis, Richard William Southern (Newcastle upon Tyne, 1912) y Ernest Gellner, el norteamericano William C. Chittick, los italianos Alessandro Bausani (1921-1991) y Roberto Rubinacci, el belga Louis Baeck, el suizo Henri Stierlin (Alejandría, 1928, especialista en arquitectura del Islam), el alemán Eckhard Neubauer (historiador de la ciencia islámica de Frankfort), el palestino Edward W. Said (Jerusalem, 1935), el argelino Mohammed Arkoun (Sorbona de París), el sociólogo tunecino Hichem Djaït (Túnez, 1936), el sirio Ryad Atlagh, y el egipcio Mahmud Alí Makki (Universidad de El Cairo).

La escuela francesa

   Louis Massignon (1883-1962) inició en Marruecos su conocimiento del Islam, al que comprendió a la luz de su profunda fe católica. En 1909 comenzó su monumental estudio sobre al-Hallay (L. Massignon: The Passion of al-Hallaj: Mystic and Martyr of Islam, 5 vols., Princeton University Press, Princeton, 1982), en el cual abordó la interpretación de los fenómenos religiosos estableciendo audaces paralelismos entre las historias sagradas cristiana y musulmana (pasiones de Cristo y al-Hallay; Virgen María y Fátima).

   El filántropo Gaston Migeon (1861-1930) fue el creador de la sección de arte islámico en el Museo del Louvre (hoy localizada en el ala Richelieu, semisótano). En 1905, se inaugura una sala de «arte musulmán» cuya existencia suscita numerosas donaciones. Asimismo, en 1903 se abrirá una gran exposición de arte islámico en París, y otra en Munich en 1910. En 1912, el Museo de Artes Decorativas de París dedica una exposición a las miniaturas persas. Así, el arte islámico es finalmente reconocido por la crítica y el público europeo.

   La Biblioteca Nacional de París (Mº Bourse, Pyramides) es depositaria de valiosísimos manuscritos islámicos y el Museo Nacional de Artes Asiáticas-Emile Guimet (6, Place d’Iéna) desde 1945, exhibe las joyas de la pintura de la India musulmana.

   Con la fundación del Instituto del Mundo Árabe (1, rue de Fossés Saint-Bernard) en 1987, París está dotado de un lugar consagrado a la cultura y las artes del Islam (hay exposiciones artísticas, recitales de música y películas del mundo árabo-islámico todos los días).

   El erudito francés Barón Rodolphe d’Erlanger (1872-1932) escribió un generoso tratado sobre La musique arabe (P. Geuthner, 6 vols., París, 1930-1959) que incluye la traducción del Kitab al-Musiqí al-Kabir de al-Farabí. D’Erlanger estuvo radicado en Túnez desde 1910 donde se consagró al estudio de la música árabe.

   El Barón Bernard Carrá de Vaux (1867-?), fue profesor de árabe en el Instituto Católico de París y autor de obras fundamentales como Mahometisme, le gente sémitique et le genie aryen dans l’Islam (1897), Gazali (1902), La doctrine de l’Islam (1910) —por la que obtuvo el premio Montyon—, y Les penseurs de l’Islam (1921-1926).

   Un francés nacido en Argelia, Evariste Lévi-Provençal (1894-1956), fue en el período de entreguerras uno de los más grandes especialistas en la España musulmana. Jacques Berque (1910-1995) dejó una particular huella en sus estudios árabe-musulmanes (etnología, cultura, política) y publicó una nueva traducción del Corán. Sus colegas Claude Cahen (1909-1997), Maxime Rodinson (París, 1915), y Henri Pérès, los tres de origen judío, contribuyeron con trabajos monumentales y exhaustivos al estudio sistemático de la historia del Islam.

   El padre Jacques Jomier, catedrático de la Sorbona de París, colaborador de la Encyclopédie de l’Islam y miembro del Institut Dominicain d’Etudes Orientales de El Cairo profundizó las relaciones entre cristianos y musulmanes.

   Al mismo tiempo, Henry Corbin (1903-1978) destacaba con su erudición sobre el Shiísmo y el místicismo musulmán iraní, estudiando con sabios como el Allamah Muhammad Husain Tabataba’i (1904-1981) y el profesor Seyyed Husain Nasr. Roger Garaudy (Marsella, 1913), filósofo comunista, se hizo musulmán y escribió sobre el pensamiento islámico.

   Eminentes islamólogos franceses se han convertido al Islam. Son ellos Michel Chodkiewicz, su hija Claude Addas, y Vincent Mansour Monteil.

   Es realmente significativa la nueva generación de islamólogos franceses, tanto por su cantidad como por su erudición y especialidades. Entre ellos destacan François Burgat, Jean-Jacques Waardenburg, Yves Thoraval, Yann Richard, Marianne Barrucand, Christian Jambet, Jean Calmard, Nathalie Clayer, Jean During, Pierre Lory, Anne-Marie Delcambre, (arabista, jurista, islamóloga y autora de Mahoma, la voz de Alá, Aguilar, Madrid, 1990), Zyva Vesel, Yves Porter, y Thierry Zarcone del Institut Français de Recherche en Iran (París-Teherán).

Maurice Lombard

   Maurice Lombard merece una mención especial dentro de la escuela francesa. Gran historiador del Islam medieval, ha sido prácticamente casi un desconocido para el común de los lectores de la especialidad. A excepción de algunos artículos, toda su obra escrita es póstuma. Los orientalistas y los sectores universitarios oficiales se esforzaron con éxito en marginarle al comprobar su tesitura favorable a la civilización del Islam. Era un hombre de una gran modestia y paciencia; amaba decir «los perros ladran, la caravana pasa» («Ladran Sancho, señal que cabalgamos»).

   Nacido en Jemmapes, en el departamento de Constantina de Argelia, en 1904, y muerto en Versailles en 1964, nunca dejó de estar fascinado por el mundo musulmán y el Oriente. Alumno del liceo de Constantina, estudiante en la Facultad de Letras de Argel, en la Fundación Primoli en Roma (1933-1934), en la Escuela de Estudios Hispánicos en Madrid (1934-1935), en el Institut Français d’Archeologie Orientale en El Cairo (1936), en el Liceo Thiers de Marsella, incluida una misión a Polonia (1959) y otra a Madagascar (1960), miembro fundador de la Association Historique Internationale de l’Ocean Indien, el espacio musulmán, desde Gibraltar hasta el Océano Indico, fue el vasto espacio de sus estudios y de su reflexión.

   La expansión musulmana de los siglos VII a XI, fue el objetivo de su gran hipótesis histórica. Lejos de pensar que había cortado el Occidente del Oriente y cerrado el Mediterráneo a los occidentales, como había afirmado el historiador belga Henri Pirennne (1862-1935), autor de Mahomet et Charlemagne en 1937 (Mahoma y Carlomagno, Alianza, Madrid, 1993), presentó la propuesta a la inversa: «Contrariamente, en efecto, a la célebre tesis de Henri Pirenne, pensamos que es gracias a la conquista musulmana cómo el Occidente volvió a tomar contacto con las civilizaciones orientales, y a través de ellas, con los grandes movimientos mundiales de comercio y de cultura. Mientras que las grandes invasiones bárbaras de los siglos IV y V habían provocado la regresión económica del Occidente merovingio y luego carolingio, la creación del nuevo Imperio islámico procuró, para ese mismo Occidente, un sorprendente desarrollo. Si las invasiones germánicas precipitaron la decadencia de Occidente, las invasiones musulmanas provocaron la reactivación de su civilización» (Maurice Lombard: L’Islam dans sa première grandeur, VIIIe-IXe siècles, Flammarion, París, 1971).

   Los tres períodos de la historia que le fascinaban eran los del imperio de Alejandro, el de la expansión musulmana y el de los grandes descubrimientos, los tres grandes momentos de la historia del mundo, aquellos en que el globo entero ya no estaba fraccionado, sino reunido por una amplia circulación. El Islam en particular, unido a su infancia y a su conocimiento del árabe, era para él un mundo de reestructuración y de crisol de civilizaciones, la gran soldadura de las técnicas, de la artes y de los hombres, desde España hasta la India.

   Apasionado por las técnicas y la civilización material, se interesaba sobre todo por la circulación de sus productos, de los más naturales a los más sofisticados: maderas, pieles, metales, textiles. Los centros de producción, de intercambio, de difusión de las materias primas y, sobre todo, de los objetos fabricados le atraían a los núcleos, a las encrucijadas de las rutas terrestres, fluviales, marítimas: ciudades, ferias, mercados, palacios, etc.

   La moneda, instrumento de intercambio por excelencia, gran viajera, creadora de caminos, fue uno de sus temas favoritos. La pareja oro/plata, el monometalismo plata del Occidente bárbaro, el monometalismo oro (besantes) de Bizancio, el bimetalismo oro/plata del mundo musulmán, la atracción del oro del Sudán, fueron uno de sus principales temas de investigación. El más célebre de sus artículos (Les bases monétaires d’une suprématie économique, l’or musulmane du VIIe au XIe siècles, Annales Economies, Sociétés, Civilizations, París, abril-junio 1947, Nº 2), —Maurice Lombard: El oro musulmán del Siglo VII al XI. Las bases monetarias de una supremacía económica, traducido por Nilda Guglielmi, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1994, 33 pp.—, muestra cómo, a cambio de las materias primas que necesitaba (metales, madera), el mundo musulmán envió a Occidente el oro, primero tesaurizado y luego puesto en circulación, cuando la cristiandad despertará. Su método consistía en abarcar amplios espacios para trazar en ellos las vías antes de concentrarse sobre los lugares de producción e intercambio. Con frecuencia decía que nunca se va de los árboles al bosque y que el camino inverso es el correcto.

La escuela española

   En España, la islamología ha florecido desde fines del siglo XIX y de una manera específica a lo largo del siglo XX. Los historiadores Eduardo Saavedra y Moragas (1829-1912) y Francisco Codera y Zaidín (1836-1917) fueron los primeros en hacer un revisionismo de la historia de al-Ándalus, marcando sus influencias en la cultura del pueblo español.

   El sacerdote jesuita Miguel Asín Palacios (1871-1944), fue el primero en estudiar concienzudamente la filosofía y teología musulmanas, y en particular el sufismo a través de las obras de Ibn al-Arabi (ver aparte) y los místicos andalusíes. Emilio García Gómez (1905-1995), otro de los grandes islamólogos españoles de este siglo, se especializó en el estudio de la literatura islámica andalusí, y a él se deben ediciones tan importantes como los «Poemas arábigos andaluces» (1928), y «El collar de la paloma» de Ibn Hazm (1952). García Gómez y Asín Palacios, junto con Julián Ribera y Tarragó (1858-1934), fundaron la Escuela de Estudios Árabes de Madrid y Granada y la revista Al-Andalus (1933-1978), una publicación fundamental en lo que concierne a los estudios sobre la historia de la España musulmana.

   El arquitecto Leopoldo Torres Balbás (1888-1960) tuvo el honor y el mérito de restaurar los principales monumentos de la España musulmana, conservar la Alhambra y escribir obras de investigación como Arte almohade, arte nazarí, arte mudéjar, Madrid, 1949, y Ciudades hispanomusulmanas, 2 vols., Madrid, 1972.

   Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984) escribió numerosas de investigación y vivió en la Argentina entre 1940 y 1983, donde publicó numerosos trabajos y artículos, como El Ajbar Maymu’a (Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1944). El etnólogo e historiador Julio Caro Baroja (1914-1995) se especializó en estudios pormenorizados sobre los judíos y los musulmanes andalusíes.También han destacado arabistas e islamólogos como Juan Vernet Ginés (Barcelona 1923), traductor del Corán (Plaza Janés, Barcelona, 1980), Julio Cortés (Complutense), traductor también del Corán (Editora Nacional, Madrid, 1980) y autor de un valioso «Diccionario de Arabe Culto Moderno (árabe-español) de los siglos XIX y XX» (Gredos, Madrid, 1996), y Francisco Márquez Villanueva (Sevilla, 1931), profesor de la Harvard University y autor de obras claves como Personajes y temas del Quijote (1975), El problema morisco (1991) y Concepto cultural alfonsí (1992).

   En el trabajo de investigación histórica de al-Ándalus sobresale la obra del ensayista Américo Castro (1885-1972), España en su historia. Cristianos, moros y judíos (Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996), la valiosa investigación La revolución islámica en Occidente (Fundación Juan March, Barcelona, 1974) del escritor Ignacio Olagüe (1903-1974).

   Digna de especial mención es la obra del islamólogo Miguel Cruz Hernández (Málaga, 1920), profesor emérito del departamento de Islam y Arabismo y catedrático de Semíticas de la Universidad Autónoma de Madrid. Su Historia del pensamiento en el mundo islámico (Alianza Editorial, tres tomos, Madrid, 1996), es el trabajo más completo en idioma castellano sobre la filosofía y la mística musulmanas desde los comienzos del Islam hasta el presente. Otros grandes catedráticos españoles son Pedro Martínez Montávez (Jodar, Jaén, 1933), Joaquín Vallvé Bermejo (Tetuán, 1929), Míkel de Epalza Ferrer, profesor de la Universidad de Alicante y su esposa, María Jesús Rubiera, Felipe Maíllo Salgado (Salamanca, 1944), y las historiadoras Carmen Ruíz Bravo-Villasante (Autónoma de Madrid) y María Jesús Viguera Udíns (Complutense).

   El estudioso Francisco Marcos Marín destaca lo siguiente: «El arabista es un ser normal que se enfrenta a un tema que (sin connotaciones peyorativas) es muy anormal. Tiene que vencer en primer lugar las dificultades de una de las lenguas más difíciles que existen, y tras lograrlo se encuentra en su edad madura con el dominio de un útil de trabajo que en la mayoría de los casos no le sirve para nada por sí solo. Además de dominar la lengua necesita saber historia, filosofía, ciencias religiosas, derecho, lingüística, medicina, botánica, ciencias, etc., etc...Hay que entender que esta crisis se produce como resultado del aislamiento del arabista. Se ve obligado a luchar toda su vida solo contra los prejuicios del ambiente cultural que le rodea, prejuicios que llevan en sí mismos un cierto sello racista que de por sí resulta intolerable. Todavía hay italianos que niegan ferozmente la “mancha” de la influencia de la escatología musulmana en la Divina Comedia, y españoles para los que la expulsión de judíos y moriscos fue una operación de “limpieza”, o que tratan de eliminar la existencia de los árabes por los procedimientos más absurdos».

Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh

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www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente

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