Ibn Hazm

y las Categorías de las Ciencias

«Clasificaciones de las ciencias según Ibn Hazm», RIEI, 13 (1965-1966)

Al-Andalus fue un crisol de gentes y de ideas que atravesó varias etapas de desarrollo cultural. Al principio dependió del Este para su guía e inspiración religiosa, lingüistica y cultural, para después adquirir conciencia de sí misma y de sus méritos cara al resto del mundo musulmán.

El Islam echó profundas raíces en ella y concluyó haciendo de al-Andalus una extensión del mundo islámico.

Así, los andaluces, a partir del siglo X estudiaron el saber y recibieron nuevo impulso de sus equivalentes en Oriente. El enfoque más completo y articulado del tema del saber y las ciencias se encuentra en las obras de Ibn Hazm (m.1064).

El enfoque más completo y articulado del tema del saber y las ciencias se encuentra en las obras de Ibn Hazm sobre todo en Maratib al-’ulum (Categorías de las Ciencias) y en Kitab al-ajlaq (Libro de la conducta), consistentes en sus consejos y reflexiones sobre la vida honesta y virtuosa. En el segundo, Ibn Hazm dedica un capítulo a las ciencias que empieza así:

«Aun cuando el saber no tuviese otro propósito que hacer que el ignorante os respete, y que el sabio os estime y honre, sería lo bastante para ir en pos de él». Y continúa preguntando: « ¿Cómo es posible no buscar el conocimiento a la vista de sus muchas ventajas en esta vida y en la futura? El anatema de la ignorancia es causa de males en esta vida y en la futura.»

Ibn Hazm concebía el saber como de gran utilidad para la práctica de la virtud, ya que capacita al individuo para ver la fealdad de los vicios y la manera de evitarlos. Manifestó su deleite con los sabios cuando él aún no lo era y ellos le enseñaban; y luego cuando llegó a serlo y conversaba con ellos. Además, en riqueza, posición social y salud, debe uno compararse con a aquellos que tienen menos; pero en religiosidad, ciencias y virtud, con los que tienen más.

El saber debe ser propagado, pero su propagación entre gentes ineptas y sin talento es, no sólo una pérdida de tiempo, sino también perjudicial ya que los intrusos e ineptos que pretenden hacerse pasar por sabios siendo ignorantes causan gran daño a las ciencias. Los que persiguen la adquisición de honores, riquezas y placeres, buscan la compañía de gentes que, por sus cualidades, parecen perros enfurecidos y lobos astutos. Sin embargo, el que es avaro con su saber, es peor que el que es avaro con sus bienes materiales. En general, el saber va unido a la virtud, y la ignorancia a los vicios -aunque suaviza esta opinión añadiendo que él conoció gente inculta cuya conducta era irreprochable, mientras que la de algunos eruditos era tal como para convertirlos en las personas más viles y corrompidas del mundo. Esto le lleva a la conclusión de que las virtudes son, después de todo, dones del Todopoderoso, que las concede o niega a su agrado.

Estos pensamientos están en su mayoría repetidos en Maratib al-’ulum, en el que examina las ciencias, su valor y el modo de dedicarse a ellas. Este tratado es de gran importancia, ya que es la primera obra de su tipo conocida en al-Andalus y presenta las ciencias tal como las concebía un pensador que intentaba clasificarlas según su valor, y distinguir las falsas de las verdaderas. Consta de dos partes: la primera trata de la educación del individuo y, la segunda, de la división de las ciencias según una estructura islámica.

Para Ibn Hazm, el saber beneficia al que lo busca, en este mundo y en el futuro. Sin embargo, «el que busca el saber para jactarse de él, o para ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues su objetivo es alcanzar algo que no es el saber». La adquisición del saber es una virtud, y también lo es su transmisión, de lo que se deduce la importancia del profesor y de los libros, a los que considera el mejor instrumento para lograrla. En contra de la opinión que la abundancia de libros es dañina, mantiene que mientras más libros haya, mejor.

Ibn Hazm da gran importancia a las ciencias religiosas o Shari’ah. Tras alabar a Dios, describe al Profeta Muhammad como «lo mejor de la humanidad y el más puro de los descendientes de Adán» y dice que «fue enviado para guiar y salvar a sus seguidores de la oscuridad de la incredulidad y ciega ignorancia (y llevarlos) a la luz del saber». Continúa diciendo que el Todopoderoso prefirió al hombre a todas sus otras criaturas y le otorgó la libertad de poder dedicarse a las ciencias y oficios y, por lo tanto, es obligación del individuo no desperdiciar o descuidar este don, sino hacer uso de él y desarrollarlo al máximo.

Reflexionando sobre la historia, Ibn Hazm se da cuenta de que las ciencias y las circunstancias cambian de una época a otra, y de un sitio a otro. Los antiguos tenían ciencias que transmitieron a la posteridad, de las cuales, algunas sobrevivieron y otras desaparecieron sin dejar rastro, excepto sus nombres. Hay ciencias censurables, como la música, melodía, brujería, magia y alquimia y los que pretenden dominarlas son chantajistas, mentirosos e insolentes. Por ejemplo, el alquimista pretende convertir el cobre en oro o viceversa, que es como convertir un hombre en asno o un asno en hombre y tal pretensión no puede ser llamada ciencia. Por otro lado, hay ciencias legítimas y útiles que deben ser dominadas gradualmente, empezando por las que dan fruto inmediato en este mundo y acabando por las que pertenecen al más allá. Esto es así porque este mundo es una morada temporal y las ciencias que le conciernen son utilitarias, tendiendo a la adquisición de bienes y a la conservación de la salud. Estos objetivos estrechos y limitados son fáciles de obtener y el ocuparse de ellos es equivocado y los que los persiguen se enfrentan al más arduo de los caminos para adquirirlos, y emplean un don supremo, la razón, para obtener una piedra, sin saber cuándo van a perderla y viceversa. Son como aquel que fabricó una hermosísima espada y la usó par cortar huesos y hierba, o como el que edificó una mansión y la empleó para depositar basura. En conjunto, el dedicarse a las ciencias para el beneficio personal en este mundo es de poca utilidad, aunque parezca que la situación de estos buscadores es más respetable que la de los eruditos. Hace esta observación: «Pedimos ayuda a Dios y ojalá nos proteja del abandono».

Expresa esta misma idea en su Ajlaq diciendo que el que elige una ciencia inferior en vez de una superior es como quien siembra un solo grano de trigo en una tierra fértil que puede dar una abundate cosecha; o quien siembra plantas silvestres en la tierra adecuada para la palmera y el olivo. Dice que cualquier persona inteligente puede darse cuenta de que no puede llegar a las ciencias sin investigar primero, y esto requiere escuchar, leer y escribir.

Tras una disertación sobre la virtud de la enseñanza, el verdadero objeto del saber, la perniciosa compañía del sultán y la utilidad de los libros, divide las ciencias en siete grupos que dice ser universales para todos los pueblos. Los tres primeros (derecho, historia y lenguaje) diferencian a unas naciones de otras, mientras que los cuatro restantes (astronomía, números, medicina y filosofía) son comunes a todo el mundo.

La sublimación y el dominio del saber entre los musulmanes es, sin duda, la causa de las abundantes actividades literarias en Al-Andalus, las cuales contribuyeron también a la creencia que el saber, o la posesión de la erudición en las ciencias, era signo de distinción entre los varios pueblos del mundo e índice para determinar su grado de civilización. Los autores árabes llamaban a los distintos pueblos civilizados o bárbaros, basándose en su cultura o la ausencia de ésta. Esto lo expresa claramente Sa’id en el siglo XI, en su Tabaqat al-umam (Categoría de las naciones). Abu Qasim Sa’id Ibn Ahmad nació en 1029 en Almería y se hizo juez en Toledo, donde murió en 1070. Además de su Tabaqat, escribió una historia universal, otra de al-Andalus y una obra sobre astronomía, por la que sentía un gran interés.

Es especialmente interesante señalar que Sa’id, al contrario que Ibn Hazm e Ibn Abd al-Barr, se inclina más hacia las ciencias especulativas y naturales -principalmente la filosofía y la astronomía- que hacia las ciencias lingüisticas y religiosas, y esto es evidente en su Tabaqat. Además, Sa’id no trata, como Ibn Hazm de dar más importancia a unas ciencias que a otras, o de dar a entender que la posesión de las ciencias religiosas constituye la culminación del saber. Al contrario, el Tabaqat tiene un plan y un tema específico para mostrar la expansión de las ciencias entre los varios pueblos, desde la antigüedad hasta su tiempo, y de este modo, la obra ofrece una historia cultural de los pueblos, con referencias a sus gobiernos, posición geográfica, costumbres, religiones y, lo que es más importante, a las ciencias y sus principales representantes. El Tabaqat es importante por dos cosas: primero, da una idea del origen y el cultivo de las ciencias tal como las conocían los andaluces del siglo XI y, segundo, nos permite juzgar la extensión de su cultivo y apreciación en el terriotorio andaluz.

Ibn Hazm e Ibn Jayr, nos dan una idea exacta del contenido del curriculum y de los procedimientos y manera de adquirir cultura. Los eruditos viajaban ampliamente en su busca, iban al encuentro de las grandes autoridades fuese donde fuese, en Córdoba, Sevilla, Zaragoza o en ciudades del Este como Qayrawan, Alejandría, Kufah, Basrah o Bagdad. Se ponían en contacto con los principales maestros e intelectuales, de los cuales recibían diplomas al terminar ciertos trabajos y, una vez dominada su materia, se convertían en profesores (mudarrisun o mu’addibun) respetados y muy solicitados en las cortes y en los hogares de las personas principales. Ahmad Ibn Sa’id Al-Ansari (m.403/1012), por ejemplo, fue profesor en Toledo, y solía tener unos cuarenta estudiantes en su casa, que estaba confortablemente amueblada y tenía calefacción en invierno y a los que servían en las comidas aceitunas, carne, yogur y dulces.

El sabio Ibn Hazm, puede ser considerado como el principal intelectual de la España musulmana y uno de los más grandes pensadores de la historia cultural del Islam. Fue poeta, teólogo, jurista, historiador, moralista y polemista. Se dice de él que «su lengua era tan afilada como la espada de al-Hash-shash» (virrey bajo el califa Abd al-Malik y famoso como sangriento tirano durante su mandato como gobernador de Irak). Cuando el gobernante de Sevilla ordenó quemar sus obras, replicó en unos versos famosos «Aunque queméis el papel, nunca quemaréis su contenido, ya que éste permanecerá en mi pecho»

El Maratib al-’ulum se encuentra en Rasa’il Ibn Hazm, ed.I.’Abbas, Cairo, 1952. Confróntese con Asín Palacios «Un códice inexplorado»; H.Monés

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www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente

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