El poder de repulsión en ‘Alí (I)

Enemigos de Ali (p)

Por: Prof. Murtada Mutahhari

COMO ‘ALÍ HIZO ENEMIGOS

Limitaremos nuestra discusión, en esta parte, al período de alrededor de cuatro años de su califato. ‘Alí, no obstante, fue todo el tiempo una personalidad polarizadora, manifestando siempre ambos poderes de atracción y repulsión. Podemos ver incluso en los orígenes mismos de la era islámica que hay un grupo que gravita más en torno a ‘Alí y otro que no tiene tal buena conexión con él y que ocasionalmente se lamentó de su existencia.

Pero el período del califato de ‘Alí, y de manera análoga la época posterior a su muerte, es decir el período de la aparición de la «historia» de ‘Alí, fue la época de mayor manifestación tanto de la atracción como de la repulsión a su respecto; esto en razón de que antes del califato sus vínculos con la sociedad eran pocos, y también menor su efecto de polarización.

‘Alí fue un hombre que hizo enemigos y provocó displacer en la gente, y ésta, también, es otra de sus grandes glorias. Todo hombre de principios que tiene un objetivo y lucha por él, particularmente los revolucionarios que procuran instaurar sus sagrados objetivos y a los cuales se refieren las palabras de Dios: «Combaten por la Causa de Dios y no temen el reproche de los reprochadores» (5:54), hace enemigos y deja insatisfecha a cierta gente. Así, si sus enemigos no hubieran sido mayores en número que sus partidarios, especialmente en su propia época, ello no se habría extendido hasta nuestros días.

Si la personalidad de ‘Alí no fuera hoy distorsionada, y se la presentara tal cual es en realidad, muchos de los que pretenden actualmente ser sus partidarios se alinearían con sus enemigos.

El Profeta (BPD) envió a ‘Alí como comandante de un ejército que marchó hacia el Yemen. Al retornar él se dirigió a La Meca para encontrarse con el Profeta y, al llegar a las inmediaciones de la ciudad designó a uno de los soldados como su reemplazante y se apresuró a entrar en La Meca para rendir un informe de su expedición al Mensajero de Allah. Esa persona que quedó a cargo de los expedicionarios dividió las vestimentas que ‘Alí había traído entre los soldados para que ellos pudieran entrar en la ciudad con nuevas ropas[1].

Cuando ‘Alí volvió le objetó al hombre su acción, y lo reprobó por falta de disciplina, porque no debía tomarse ninguna decisión sobre esas vestimentas hasta tanto no se recibieran órdenes expresas del Profeta (BPD) sobre qué hacer con ellas. A los ojos de ‘Alí tal acto no fue sino un acto de expropiación de baitu-l-mál (el Tesoro Público que pertenece a la comunidad y que administra el gobernante) sin la autorización y sin obtener el permiso del líder de los musulmanes. Por esta razón ‘Alí dio órdenes de que ellos debían devolver las vestimentas y las puso en un lugar especial hasta que pudieran ser entregadas al Profeta y éste tomara una decisión a su respecto. A causa de esto, los soldados de ‘Alí se disgustaron y, tan pronto como llegaron ante el Profeta, se quejaron de la dureza de aquél sobre el asunto de las vestimentas. El Profeta entonces se dirigió a ellos diciendo: «¡Gente! No os quejéis de ‘Alí, porque por cierto él está más intensamente comprometido con la Causa de Dios que quien se queja».[2]

A ‘Ali nada lo preocupaba o distraía de la Causa de Dios. Más aún, si mostraba interés por alguien o se preocupaba por él, era por Dios. Naturalmente, tal actitud le granjeó enemigos y ofendió a aquellas almas engreídas y codiciosas provocándoles repulsión.

Ninguno de los compañeros del Profeta (BPD) tuvo amigos tan fervientes como los que ‘Alí se granjeó, así como ninguno tuvo tan peligrosos e implacables enemigos. El era consciente de esto y previó estas cosas, y por eso dispuso en su testamento que el lugar de su tumba no debía ser conocido sino por sus hijos hasta que hubiera pasado más de un siglo y los Omeyas hubieran sido destronados, los jariyitas aniquilados o debilitados, y de esta forma hubieran disminuido los intentos de venganza, y fue recién entonces que el Imam Al-Sadiq indicó el lugar en que reposaban sus restos.

LOS NAKIZUN, LOS QASITUN Y LOS MARIQUN

En el período de su califato ‘Alí rechazó a tres grupos de sí con los cuales libró batallas: la gente de la batalla de Al-Yamal (el camello), a los cuales él mismo denominó al-nákizún (aquellos que quebraron el pacto de fidelidad)[3]; los de la batalla de Siffín, a quienes llamó al-qásitún (los que se han desviado)[4]; y por último los que lo enfrentaron en la batalla de Nahrawán, los jariyitas, a quienes indicó como al-máriqún (aquéllos que han errado sobre la verdad de la religión)[5].

Dijo ‘Alí: «Cuando me hice cargo del gobierno rompió el pacto un grupo; otro erró a la verdad de la religión, y otro se desvió»[6].

Los nákizún eran del tipo de mentalidad que idolatra el dinero, gente codiciosa y prejuiciosa. Los sermones de ‘Alí acerca de la justicia y la igualdad fueron los que más afectaron a este grupo.

La mentalidad de los qásitún, por el contrario, se inclinaba por la política, el engaño y la sedición. Mataron para obtener las riendas del poder y para minar las bases del gobierno de ‘Alí y su autoridad. Algunas personas le aconsejaron a ‘Alí llegar a un acuerdo con ellos y darles al menos algo de lo que pedían, pero éste no aceptó porque no era una persona de hacer este tipo de cosas. El estaba siempre dispuesto a combatir la injusticia y no para darle su aval. Mu’auiah y su camarilla estaban contra el fundamento del gobierno de ‘Alí, y por ende los qásitún no querían sino conseguir para sí el califato. La guerra que el Príncipe de los creyentes libró contra ellos fue en realidad una guerra contra la sedición y el doble discurso.

El tercer grupo, llamado los máriqún, eran del tipo de mentalidad fanática, santurrona, y de peligrosa ignorancia. En relación a este grupo ‘Alí ejerció una poderosa repulsión y ellos se mantuvieron a su respecto en un estado de absoluta no-conciliación.

Una de las manifestaciones en ‘Alí de la completitud y perfección de su ser es que, cuando le fue requerido, enfrentó a las diversas facciones con energía y combatió contra ellas. Lo vemos en escena ya sea combatiendo contra los adoradores del dinero y de este mundo, otras veces luchando contra los políticos profesionales del tipo más hipócrita, y otras por último contra los ignorantes, los desviacionistas que despliegan una falsa piedad.

Nuestra discusión estará orientada hacia el último grupo, los jariyitas. Aunque fueron totalmente derrotados y ya no existen, constituyen un tramo corto aunque instructivo y admonitorio de la historia. Su manera de ser y de pensar ha echado raíces entre los musulmanes y, consecuentemente, su espíritu ha existido siempre, y todavía existe en la forma de personas santurronas y fanáticas. Persiste desde hace catorce siglos, aunque los jariyitas e incluso su nombre hayan desaparecido, y esto constituye un grave obstáculo al avance del Islam y los musulmanes.

* * *

COMO SURGIERON LOS JARIYITAS

La palabra «jauáriÿ» (de donde deriva la forma castellanizada «jariyitas»), esto es, «rebeldes», viene de «jurúÿ»[7], que significa «revuelta» e «insurrección». Este grupo surgió durante el proceso de arbitraje. La batalla de Siffín, en el último día de lucha, se estaba volcando en favor de ‘Ali. Mu’auiah, consultando con Amr ibn Al-As, concibió una hábil estratagema. Había percibido que todos sus esfuerzos no habían servido de nada y que estaba a un paso de ser derrotado definitivamente. Se percató de que no había forma de salvarse excepto echando mano del recurso de crear confusión. Ordenó entonces que los suyos ataran ejemplares del Corán a las puntas de sus lanzas para mostrar que eran gente de oración y de la Revelación, y que el Libro divino debía ser usado para arbitrar entre ambos bandos. No era la primera vez que esto se había hecho, pues ya ‘Alí lo había pedido con anterioridad pero no había sido aceptado. Incluso en ese momento Mu’auiah y los suyos tampoco lo aceptaban, era sólo un subterfugio para salvarse y escapar de una derrota segura.

‘Alí gritó: «¡Atacadlos! Están usando las páginas y el papel del Corán como una artimaña. Quieren protegerse detrás de la escritura del Corán y después seguirán con su misma conducta anticoránica. Cuando se usan para oponerlos a su misma verdad (el contenido de la Revelación), el papel y las tapas del Corán no tienen ningún valor y no merecen respeto; yo soy quien representa la realidad y la verdadera manifestación del Sagrado Corán. ¡Ellos sólo usan el papel escrito del Libro para destruir su verdad y su significado!»

Un grupo (del ejército de ‘Alí) de gente sin discriminación, ignorantes y santurrones, que constituían una porción considerable del total, comenzaron a discutir y gesticular entre sí. ¿Qué quiere decir ‘Alí? Gritaban: «¿Debemos pelear contra el Corán?» «Nuestra lucha es para restablecer el Corán, y ahora ellos se han sometido al Corán, entonces, ¿por qué peleamos?»

«Yo también digo que estoy combatiendo por el Corán», repuso ‘Alí, «pero ellos en realidad no tienen ningún vínculo con el Corán. Lo han esgrimido como un medio para salvarse».

Hay una cuestión en la ley islámica, en el capítulo referido al ÿihád (la lucha por la Causa de Dios), concerniente a la situación de impíos que se escudan detrás de los musulmanes. El problema concreto es qué hacer si los enemigos del Islam colocan a un grupo de musulmanes prisioneros de guerra al frente de sus filas para utilizarlos como escudo, y ellos continúan desde atrás con su actividad (de ataque), de manera tal que si las fuerzas islámicas tratan de defenderse o atacan para detener su avance, no queda más alternativa que eliminar a sus hermanos musulmanes que fueron puestos como escudo. Es decir, no hay posibilidad de acceder al combate y al ataque del enemigo si no es matando a los musulmanes, y dado que en esta situación la muerte de algunos musulmanes se vuelve de interés vital para el Islam, y para salvar la vida del resto de los musulmanes, la ley islámica lo permite. En última instancia, ellos también son soldados del Islam y se convertirán en mártires por la Causa de Dios. No obstante la indemnización correspondiente que establece la ley debe pagarse del tesoro público a los parientes sobrevivientes. Esta, desde luego, no es una particularidad de la ley islámica, sino que es una ley general del derecho internacional y de las regulaciones de la guerra y las acciones militares: que si el enemigo utiliza prisioneros de las propias fuerzas (para escudarse en ellos) uno puede eliminar estas fuerzas para llegar al enemigo y obligarlo a retroceder[8].

«Aún cuando fueran verdaderos musulmanes, vivos (frente vuestro)», continuó argumentando ‘Alí, «el Islam diría ‘¡Atacad!’ para asegurar la victoria de los musulmanes, no puede haber objeción entonces respecto del mero papel escrito de los libros. El respeto por las páginas escritas es debido en virtud de su contenido y su significado. Hoy la lucha es por el contenido del Corán, pero esta gente ha esgrimido sus páginas para destruir el significado y el contenido del mismo.»

No obstante esto, los ignorantes y fanáticos bajaron una negra cortina sobre sus ojos y se negaron a percibir la realidad. «Además del hecho de que no combatiremos contra el Corán» —dijeron— «está que sabemos que luchar con él es en sí un pecado, y en consecuencia mataremos para impedirlo. Lucharemos contra quienes combatan contra el Corán». Sólo se necesitaba una hora para asegurarse la victoria; Málik Al-Ashtar, que era un oficial valiente y fervoroso, había avanzado para destruir el pabellón de comando de Mu’auiah y así limpiar de obstáculos el camino del Islam. En ese preciso momento este grupo de ignorantes presionó a ‘Alí advirtiéndole que atacarían por la retaguardia (a las fuerzas leales al Príncipe de los creyentes). ‘Alí les urgió a no hacerlo, pero ellos subieron el tono de su protesta y, lo que es más, dieron evidentes muestras de obstinación y determinación.

‘Alí envió un mensaje a Málik para que detuviera el ataque y que volviera del frente de batalla. Este envió como respuesta a ‘Alí que si éste le daba su autorización en breves momentos la batalla habría terminado y el enemigo aniquilado. Pero los jariyitas sacaron sus espadas y amenazaron con cortar a ‘Alí en pedazos si no lo hacía volver.

Nuevamente se dirigió un mensaje (a Málik) sobre que si quería ver a ‘Alí vivo, debía detener la batalla y regresar. Regresó y entonces el enemigo festejó con júbilo la eficacia demostrada por su estratagema.

Se interrumpió la lucha para proceder a un arbitraje en base al Sagrado Corán. Se estableció un comité de arbitraje, y se seleccionaron para integrarlo árbitros de cada bando en pugna para que dispusieran las bases de un acuerdo entre ellos según el Corán y la Sunnah y poner así fin a las hostilidades; o de lo contrario se añadiría una nueva diferencia a las ya existentes y eso provocaría que la situación se deteriorara.

‘Alí dijo que ellos debían elegir su árbitro, y que entonces él indicaría el suyo. Sin la menor disputa ellos unánimemente eligieron a ‘Amr ibn Al-As[9], el autor de la estratagema (de colocar los coranes en la punta de las lanzas). ‘Alí propuso a Abdullah ibn Al-Abbás, que era un hombre versado en política, o a Málik ibn Al-Ashtar, un sacrificado y esclarecido hombre de fe, o bien a alguien como ellos. Pero los necios buscaban una persona como ellos, y eligieron a Abu Musa Al-Ash’ari, un hombre falto de perspicacia y que no estaba en buenos términos con ‘Alí. Y a pesar de todo lo que se esforzaron ‘Alí y sus compañeros por hacerle entender a esta gente de que Abu Musa no era el hombre indicado para esta tarea y que tal designación no le cabía, ellos dijeron que no estarían de acuerdo con nadie más. Luego agregaron que, dado que la situación había llegado a ese estado, ellos harían lo que quisieran. Y así, por último, eligieron a este Abu Musa como el árbitro de parte de ‘Alí y sus compañeros.

Después de meses de deliberaciones, ‘Amr ibn Al-As le dijo a Abu Musa que lo mejor sería que ni ‘Alí ni Mu’auiah fueran califas, y que debía elegirse a un tercero, y que si no había nadie más, ellos no elegirían sino a Abdullah Ibn Umar, el yerno de Abu Musa. Abu Musa estuvo de acuerdo y preguntó qué debía hacer. ‘Amr ibn Al-As dijo: «Debes separar a ‘Alí del califato, y yo haré lo mismo con Mu’auiah. Entonces los musulmanes podrán elegir a la persona de más mérito quien será seguramente Abdullah ibn Umar. Y así quedarán destruidas las raíces de la sedición».

Acordaron sobre este punto y anunciaron que la gente debía reunirse para escuchar sus conclusiones.

La gente se reunió. Abu Musa se volvió hacia ‘Amr ibn Al-As para que se pusiera de pie y comunicara su opinión. ‘Amr ibn Al-As dijo: «¿Yo? Tú eres más respetado, un hombre de blanca barba, un compañero del Profeta. ¡Jamás presumiría hablando antes que tú!»

Abu Musa se dirigió entonces al estrado para hablar. Los corazones latían con fuerza, los ojos estaban fijos en él, y los presentes contenían la respiración ansiosos por conocer cuál había sido el resultado. Comenzó a hablar: «Después de una cuidadosa deliberación sobre la base de los intereses de la comunidad, opinamos que ni ‘Alí ni Mu’auiah deben ser califas. Más que esto no podemos decir, porque los mismos musulmanes saben lo que desean». Luego tomó su anillo de un dedo de la mano derecha y dijo: «Separo a ‘Alí del califato igual que saco este anillo de mi dedo».

Cuando hubo finalizado bajó del estrado y entonces Amr ibn Al-As subió y dijo: «Habéis oído todos el discurso de Abu Musa diciendo que él ha removido a ‘Alí del califato. Yo también lo separo del califato igual que lo hizo Abu Musa.» Entonces sacó su anillo de su mano derecha y lo puso sobre su mano izquierda y dijo: «Pongo a Mu’auiah en el califato igual que pongo este anillo en mi mano». Y cuando hubo dicho esto bajó del estrado.

La asamblea degeneró en un tumulto. La gente comenzó a atacar a Abu Musa y algunos lo golpearon con sus fustas. Abu Musa huyó hacia La Meca y Amr ibn Al-As se fue a Damasco.

Los jariyitas, que habían seguido la secuencia de estos eventos, vieron con sus propios ojos el escándalo de este arbitraje y comprendieron su error. Pero no pudieron comprender en qué residía exactamente su error. No dijeron que su error residía en haber caído en la trampa de Mu’auiah y Amr ibn Al-As y detenido la guerra; ni dijeron que al formarse el comité de arbitraje habían cometido un disparate en la elección de su representante al designar a Abu Musa como contraparte de Amr ibn Al-As. No, en lugar de esto dijeron que al poner dos seres humanos a arbitrar y ser jueces en cuestiones de la religión de Dios ellos habían ido contra la ley divina y cometido un acto de impiedad, porque el único juez es Dios, no el hombre.

Fueron entonces a verlo a ‘Alí y dijeron: «Nosotros no nos dimos cuenta, y elegimos un hombre como árbitro. Tú (por avalar este acto) te has convertido en un impío y también nosotros. Pero nosotros nos arrepentimos, tú también deberías arrepentirse. De otra forma la tragedia se repetirá.»

«En cualquier circunstancia», respondió ‘Alí, «el arrepentimiento es bueno. Nosotros estamos siempre arrepintiéndonos de nuestras faltas.» Pero ellos dijeron que esto no era suficiente, que él tenía que confesar que el arbitraje era un pecado, y que él se arrepentía de ese pecado. Y ‘Ali respondió que no había sido él quien había propuesto el asunto del arbitraje, que habían sido ellos mismos, y que ellos mismos podían ver el resultado. Y lo que es más, cómo podía él declarar como un pecado algo que el Islam considera lícito, o confesar una falta que no había cometido…

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Fuente: POLARIZACION EN TORNO DEL CARACTER DE ‘ALI IBN ABI TALIB; Editorial Elhame Shargh

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[1] ‘Alí había ido al Yemen para recibir la yiziah, impuesto que los cristianos de esa región se habían comprometido a pagar al Profeta (BPD) en su calidad de dhimmis, es decir protegidos del gobierno islámico. Las vestimentas y telas que traían los expedicionarios eran el pago en especie de esa capitación, y el que quedó a cargo de las tropas las dividió y así dispuso sin autorización de lo que pertenecía al gobierno islámico. (Nota del Traductor al Español).

[2] Ver Ibn Isháq, The lile of Muhammad, p. 650.

[3] En la batalla llamada «del camello», ‘Alí enfrentó a un grupo que, pese a haberle jurado fidelidad como califa del Islam, rompió su juramento y lo atacó para hacerse con el poder (por eso los denominó nákizún, del árabe nakaza, romper o violar el juramento). Este grupo estaba liderado por dos compañeros del Profeta (BPD), Talhah y Zubair, quienes convencieron a ‘Aishah (la esposa del Profeta con quien estaban emparentados, pues Talhah era su primo paterno, y Al-Zubair cuñado de su padre, Abu Bakr), para que se uniera a ellos y así incitaron a la rebelión. Talhah y Al-Zubair (que habían actuado contra el califa Uzmán y el nepotismo que se había apoderado de la administración de la comunidad islámica) tenían algunos adherentes y secretas aspiraciones al califato, pero al morir Uzmán y viendo que todo el pueblo le insistía a ‘Alí de que se hiciera cargo del gobierno de los musulmanes, se apresuraron a jurarle fidelidad como califa y esperaron mejor oportunidad para satisfacer sus designios. Estos dos hombres carecían de liderazgo y apoyo amplio entre los musulmanes, y sólo por el apoyo de ‘Aishah lograron reunir cierto número de partidarios y, sobre todo, confundir a la comunidad de los musulmanes que veía por un lado a la esposa del Profeta (BPD) y a dos de sus compañeros, y por el otro a ‘Alí (P), a quien no obstante apoyaban la mayoría de los principales discípulos del Mensajero de Dios. Este triunvirato se hizo fuerte en Basra hacia el 36 H. (656 d.C.) y buscaban comprometer la situación del califa en Irak, que ya debía enfrentar la sedición de Mu’auiah en Siria. ‘Alí finalmente marchó a Kufa donde reunió un ejército y los enfrentó en la batalla citada (llamada «del camello» porque ‘Aishah iba montada en uno), donde Talhah y Al-Zubair murieron y ‘Aishah fue tomada prisionera y devuelta sana y salva a Medina. (Nota del Traductor al Español)

[4] Durante el califato de Uzmán, sus parientes del clan omeya habían aprovechado para encaramarse en todas las funciones de gobierno y distribuirse los puestos de importancia. Este nepotismo, unido a la injusticia de que hacían gala y la dilapidación de los recursos de la comunidad, fue creando mucho descontento en la Ummah (comunidad) islámica. Esto provocó revueltas y reclamos de los principales compañeros del Profeta, hasta que en una de ellas los revoltosos asaltaron la casa del califa y lo mataron. Mu’auiah, hijo de Abu Sufián, del clan Omeya, era a la sazón gobernador de la rica y poderosa provincia de Siria, y viendo que su poder tocaría a su fin con el califato de ‘Alí, decidió echarle la culpa del asesinato de su pariente el califa Uzmán para negarle la obediencia y, haciéndose fuerte en su región, acceder por las armas al califato. A diferencia de Uzmán, y de Talhah y Al-Zubair (ver nota anterior), Mu’auiah era un político hábil e hipócrita que sabía engañar y sacar partido de las circunstancias. ‘Alí (P) enfrentó a Mu’auiah y a su ejército en Siffín, y estaba a punto de derrotarlo cuando idearon la estrategia de atar coranes en la punta de las lanzas con lo que provocaron la sedición de los ignorantes jariyitas, como luego se verá. (Nota del Traductor al Español)

[5] Antes de ‘Alí, el Profeta mismo denominó a estos grupos con esos nombres cuando le dijo: «Después mío, tú combatirás con los nákizún, los qásitún, y los máriqún.» Esta tradición es narrado por Ibn Abi-l-Hadíd en su comentario al Nahÿu-l-Balaga (vol. 1, p. 201), donde dice que esto constituye una de las pruebas de la profecía de Muhammad dado que la tradición es totalmente explícita acerca del futuro y lo oculto del porvenir (al-gaib), y no hay en su contenido ninguna posibilidad de interpretación rebuscada o elipsis.

[6] Nahÿu-l-Balaga, sermón 3, «Al-Shiqshiqíiah».

[7] Si la palabra jurúÿ es usada con un objeto indirecto introducido por la preposición ‘ala, tiene dos significados muy cercanos entre sí. Uno es el de disponerse o salir a la batalla, y el otro es desobediencia, insubordinación y revuelta. El diccionario árabe Al-Munyíd dice que jaraÿa con un objeto indirecto introducido por ‘ala significa «salir a combatir a alguien», o puede ser usada para sujetos que se rebelan contra el rey: insurrección.

El término jauáriÿ, significando rebeldes, viene de jurúÿ en la segunda acepción. El grupo que presenció la orden de ‘Alí y se rebeló en su contra es llamado jauáriÿ. Dado que fundamentaron su desobediencia en una creencia y en una cuestión ideológica-religiosa, convirtiéndose en una secta, tal nombre fue usado especialmente con posterioridad para designarlos. Por tal causa el nombre no se usó después de ellos para designar a otros grupos que se rebelaron contra los gobiernos de su época. Si no hubieran tenido un credo y dogma especial, hubieran sido como otros grupos rebeldes que les sucedieron posteriormente, pero tuvieron una creencia y más tarde esta creencia alcanzó cierto grado de existencia independiente. Aunque nunca llegaron a formar y administrar un gobierno, crearon una escuela propia de literatura religiosa y ley islámica.

Había individuos que jamás llegaron a rebelarse, aunque creían en ello, como lo afirma Amr ibn ‘Ubaid y otros mu’tazilitas. Se afirma de algunos de los mu’tazilitas que tenían creencias similares a las de los jariyitas respecto de «ordenar el bien y vedar el mal», o que acerca del asunto de si los musulmanes culpables de pecados morales tendrían no obstante un lugar en el paraíso, ellos «piensan igual que los jariyitas».

Hay en consecuencia cierto grado de valores comunes entre el significado del término en el léxico y su aplicación particular.

[8] Para mayor abundamiento puede verse la sección Yihád, de la traducción francesa de la obra Shará’i’u-l-Islám, de Al-Muhaqqíq Al-Hilli (texto árabe en 4 volúmenes, Nayaf, 1969), traducido por A. Querry (París, 1871) bajo el título Droit musulmán. Recueil des lois concernant les musulmans Schyites.

[9] Este ‘Amr ibn Al-As registra una historia negra de oposición al Islam, aunque luego se hiciera musulmán. Recordemos que cuando se produjo la pequeña emigración, donde un grupo de creyentes (los más débiles y desprotegidos contra la persecución, que no contaban con el apoyo de un clan) dejó La Meca para refugiarse en Abisinia, ‘Amr ibn Al-As fue enviado por los idólatras a la corte del rey Negus para convencerlo de que entregara a los musulmanes. Ante el rey, ‘Amr acusó a los musulmanes de sedición, de sembrar la discordia, y, muy aviesamente, aprovechando que el rey era cristiano, de mentir y sostener ideas diferentes sobre Jesús y María (P.). Pero Ÿa’far Ibn Abi Talib, el hermano de ‘Alí, que conducía el grupo, se defendió muy bien y recitando el Sagrado Corán y los pasajes de él referidos a Jesús y María convenció al rey de su veracidad y la justicia de su causa. ‘Amr debió volver derrotado pues el rey se negó entregar a los idólatras a un grupo de creyentes. (Nota del Traductor al Español)

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