El Diálogo entre Civilizaciones y el Mundo Islámico

Por el Dr. Seyyed Hossein Nasr

Cuando se discute el diálogo entre civilizaciones, es necesario en primer lugar preguntar qué entendemos por civilización. Durante varios siglos en Occidente, el poder y el oropel del mundo dominado por la civilización moderna han hecho que el término civilización fuera sinónimo de la moderna civilización occidental y que todas las otras civilizaciones fueran consideradas como etapas en el desarrollo de esta civilización en particular, a la cual los Enciclopedistas llamaban “la civilización”.

Durante mucho tiempo el discurso intelectual en Occidente ha reducido el uso del término civilización a su forma singular, y desde el siglo XIX muchos modernistas de Asia y África se han sometido también a este enfoque occidental. Pero a pesar del arrollador poder de la civilización occidental, la cual en sí misma surgió como resultado de la rebelión contra la civilización cristiana imperante en la Edad Media europea, las otras civilizaciones, aunque debilitadas en muchos aspectos, no han muerto.

Hoy, al despuntar un nuevo siglo y milenio cristianos, aparece nuevamente el diálogo de civilizaciones en plural, pese a la agresiva propagación —hasta en los más distantes rincones del planeta— del consumismo global y de los aspectos más frívolos de la cultura popular de Occidente.

En efecto, las otras civilizaciones no han muerto, y algunas, especialmente la islámica, están de hecho procurando reanimarse. Es necesario, por ende, antes de ocuparnos de la situación contemporánea, retornar a la comprensión tradicional(2) del concepto mismo de civilización, comprensión que goza de una notable universalidad entre las distintas colectividades humanas tradicionales que han habitado el mundo por milenios.

El término civilización se relaciona con la palabra latina civitas o ciudad en las lenguas europeas; dicha palabra deriva de la raíz griega kei, que significa “yacer extendido”. “Una ciudad es entonces un <refugio> en el cual el ciudadano ‘hace su lecho’ para recostarse.”(3)

La cuestión que se plantea entonces es quién ocupa esa ciudad. La palabra del sánscrito para ciudad, pur, nos revela la respuesta, porque es también la raíz del término purusha u Hombre Universal de la metafísica islámica (al-insân al-kâmil, en árabe). El morador de la ciudad ideal es entonces purusha quien, según los Upanishads, es “el ciudadano en toda ciudad”(4), o como decía Filón(5), yendo aún más lejos, “En cuanto a señorío (kyrios), Dios es el único ciudadano”(6).

Esta ciudad, que es a la vez cósmica, social y microcósmica, es el origen del concepto tradicional de civilización, trasciende a la vez el orden humano y se introduce en las civilizaciones tradicionales, pero de formas diferentes y según las normas religiosas que constituyen el fundamento de todas las culturas.

Todas las realidades que abarca la vida de una tradición están contenidas en la particular “Ciudad de Dios”, cuya manifestación en la tierra ha creado esa específica civilización. Y más aún: cada ser humano perteneciente a ella, contiene esta “Ciudad” en sí mismo y es capaz de realizarla si él o ella  se perfeccionan espiritualmente.

Tradicionalmente hablando, el verdadero hombre civilizado es aquel que ha realizado esta civitas Dei dentro de sí mismo y que ha logrado la visión interior con la cual es capaz de comprender que el único dueño de esta ciudad es el Espíritu Inmortal que mora dentro suyo y no el ego rebelde. Sin esta realización, el hombre vive en la barbarie, aún cuando invente los más fantásticos artilugios.

Desde otro punto de vista, podría decirse que toda civilización tradicional está dominada por una “Idea Rectora”(7), o sea un designio celestial dado, cuyo espíritu guía a esa civilización, y cuya apariencia determina su especial estructura formal en conjunción con el genio étnico del pueblo destinado a crear y ser miembro de la misma.

Esa “Idea Rectora” puede ser identificada también con la religión en su sentido más universal (al-din, en árabe). Una civilización tradicional permanece siempre consciente de esta realidad a la vez trascendente e inmanente. El pueblo de este tipo de civilización, ha vivido siempre en un espacio, el cual es como el espacio de un círculo dotado de un Centro Supremo inmutable, y ha experimentado siempre al tiempo en relación al Origen, que es también su Fin, esto es, el alpha y el omega de su existencia(8). Las civilizaciones tradicionales jamás han perdido esa ubicación sea del Centro o del Origen(9).

Esta visión común no significa desde luego que la “Idea Rectora” sea la misma en cada civilización tradicional, pese a la unidad interna que las liga a todas.

Como escribe Marco Pallis: «El hecho es que toda civilización que merezca ser llamada auténtica está dotada de un principio de unidad que es peculiar suyo, y que se encuentra reflejado, en grados diversos, en todas sus instituciones. Con ‘principio de unidad’ se quiere significar una idea predominante, correspondiente a un aspecto dado de la verdad, aspecto que se manifiesta con particular énfasis en esa civilización y a través de cuya expresión —por así decirlo— ésta exhibe un ‘genio’ particular».(10)

La unidad íntima o trascendente a la que nos hemos referido, no anula de ninguna forma la realidad del principio de unidad peculiar de cada civilización tradicional. Por lo tanto, como se entiende tradicionalmente, hay múltiples civilizaciones, cada una de ellas con su propio y particular orden formal y “mandato del Cielo”, pero con notables similitudes en las perspectivas sobre la naturaleza de la realidad, que resultan de aquellas verdades universales que, a través de diferentes formas, han dirigido y sostenido a las civilizaciones tradicionales a través de los tiempos.(11)

Contrastando con todo lo expuesto, la civilización moderna creada en Occidente sobre la base y también en oposición a muchos de los principios rectores del cristianismo latino, que actualmente se ha difundido por todos los rincones del planeta, está basada en la “absolutización” del hombre terrestre, en un individualismo prometeico, en el racionalismo y el humanismo.

En su mayor parte ha reemplazado el Reino de Dios por el reino del hombre.(12) Ya no posee una “Idea Rectora” trascendente, como todas las civilizaciones tradicionales, y los valores éticos y espirituales presentes en ella constituyen la herencia de la civilización cristiana que ha pretendido suplantar. De hecho, estrictamente hablando, uno no podría referirse a la moderna civilización occidental como una nueva civilización, más bien se trata a la vez de una continuación y una reacción contra la civilización cristiana occidental.

Desde el punto de vista tradicional, en la época actual, todas las civilizaciones han decaído y se han deteriorado respecto de su ideal primigenio, salvo que las civilizaciones orientales comenzaron su declive en una forma pasiva en las últimas centurias y la occidental en cambio, lo ha hecho de manera activa desde el Renacimiento.(13)

Recientemente, cierto tipo de decadencia asociada con Asia y África en tiempos modernos, ha comenzado a aparecer en Occidente bajo una forma de activa desviación de normas tradicionales en civilizaciones no occidentales. Esta realidad debe ser considerada en todo diálogo serio entre civilizaciones.

Hoy día, vemos en el mundo varias civilizaciones mayores y algunas menores, incluyendo a la Occidental, la de Rusia y el Este europeo, la islámica, la hindú, la china y japonesa, la del África negra y algunos remanentes de civilizaciones y culturas indígenas.

Algunos, como Samuel Huntington, consideran a Latinoamérica como una civilización diferente de la Occidental, y a la civilización japonesa como distinta de la china.(14) Hay además muchos subconjuntos en cada una de estas civilizaciones que se distinguen según etnias, nacionalismos, idiomas, diferentes interpretaciones religiosas y otros factores. De cualquier forma, la realidad de estas civilizaciones difícilmente pueda ponerse en duda.

No existen hoy en día civilizaciones tradicionales intactas. No obstante existe una diferencia fundamental entre la moderna civilización occidental y las otras, la cual radica en el hecho de que esta civilización, que representa mayormente a la Modernidad, es todavía suficientemente poderosa como para proyectar sus valores y su visión del mundo sobre las otras civilizaciones, mientras que no es posible afirmar lo contrario.

Si hubiera existido una iniciativa para llevar a cabo un diálogo entre civilizaciones seis siglos atrás, la situación habría sido muy diferente. Cada civilización entonces se hubiera basado en esa “Idea Rectora” que ofrece notables similitudes con la “Idea Rectora” de otra civilización, pese a las obvias diferencias. Si fueran a discutir la naturaleza y el objetivo de la vida humana, habría notables semejanzas.

Cuando uno lee la lista de las virtudes básicas del confucianismo y el neo-confucianismo, es como si estuviera leyendo un texto islámico sobre ética. Y lo más importante es que todos ellos acordarían en que toda la realidad externa del cosmos y del hombre se deriva y se sustenta en una Realidad Última, que está a la vez en las cosas y más allá de ellas.(15)Tendrían poca dificultad para entenderse entre sí en el plano metafísico, aunque hablen de Brahman, Atman, el Uno, Ahura Mazda, Deus, Allah o del tema del nirvana.(16)

No es este, desde luego, el caso de la moderna civilización occidental, en la cual hay todavía elementos cristianos y judíos pero, en donde los discursos cientificistas y profanos dominan en gran medida la vida pública, así como a la filosofía, las ciencias y las artes.

Hoy el diálogo entre civilizaciones significa, por una parte, el diálogo entre las civilizaciones tradicionales debilitadas y modernizadas en distintos grados, y por otro, el diálogo de esas civilizaciones con la moderna y post-moderna civilización occidental, en la cual todavía existen importantes elementos religiosos y espirituales, pero que también es la fuerza conductora que se halla detrás de todas las ideas e ideales que buscan destruir los fundamentos mismos de las todavía existentes —aunque debilitadas— civilizaciones tradicionales.

Para llevar a cabo un diálogo serio en estas difíciles condiciones, uno debe recordar en primer lugar que todas las civilizaciones de las cuales tenemos conocimiento, las todavía vivas y las que han fenecido, han sido creadas por una religión o por la “Idea Rectora” antes mencionada.

La civilización china está basada en el confucianismo y el taoísmo, la civilización occidental en el cristianismo, la islámica en el Islam, así como la romana en su propia religión y la egipcia en la suya. Esto no significa que una civilización no tome prestado de lo que le precedió, sino que existe una nueva providencia divina que integra los distintos elementos recibidos en una nueva unidad que refleja su propio genio espiritual.

La civilización cristiana europea le debe mucho, por cierto, a Grecia y Roma, pero no es simplemente su continuación. No hay nada más diferente que un templo romano y una iglesia románica; o que un templo griego y una iglesia bizantina. Es el nuevo espíritu insuflado por una nueva religión enviada, sobre los elementos “materiales” y “terrestres”, lo que crea una civilización con su propia y distintiva estructura social, normas éticas, ciencias y artes.

Debido a este papel central de la religión en la creación de cada civilización, el entendimiento entre las religiones —en tanto fuentes de los valores e ideales de estas civilizaciones—, y el acuerdo entre ellas, es algo que debe estar en el corazón del diálogo inter-civilizaciones para que este diálogo pueda conducir, a su vez, al mutuo respeto y comprensión.

Es aquí donde la perspectiva tradicional de la filosofía perenne, —que percibe una verdad interna que une a las religiones en el nivel de lo supra-formal y universal, sin violar en absoluto la santidad de sus particulares estructuras formales—, se vuelve tan importante en la discusión actual acerca del diálogo entre civilizaciones.

Si este diálogo va a desembocar en la mutua comprensión, uno debe primero aceptar lo que Frithjof Schuon(17) ha llamado “la unidad trascendente de todas las religiones”(18), comprendiendo que, pese a las diferencias de orden formal, todos los caminos espirituales auténticos “conducen a una misma cima”.(19)

Nada es más importante para el diálogo entre civilizaciones que un entendimiento común de los principios básicos que las sustentan, incluso entre las culturas no-occidentales y Occidente, en donde muchos de estos principios han sido descartados por el paradigma predominante pero que no obstante sobreviven, no sólo entre cristianos y judíos, sino incluso en gran medida entre aquellos que le han vuelto la espalda, consciente o inconscientemente, a la religión de sus ancestros.

*  *  *

No es un hecho fortuito que, en los albores de este nuevo milenio, la convocatoria a un diálogo entre civilizaciones antes que a un enfrentamiento, proviniera del mundo islámico, más específicamente del Seyyed Muhammad Jatami(20), el presidente de la República Islámica del Irán, una región que ha sido uno de los focos principales de la civilización islámica durante los últimos trece siglos, y antes de ese período el corazón de un gran imperio y cultura.

El mundo islámico se ha percibido siempre a sí mismo como una civilización unificada que se mantiene unida por el Islam tomado en sus dos sentidos: como religión —en el sentido ordinario del término—, y como modo de vida.

Ya desde fines del primer siglo de su existencia el mundo islámico se extendía desde el corazón de Francia hasta las fronteras de China. Creó un mundo culturalmente unificado con dos zonas bien definidas: la arábiga y la iraní o persa, a las que más tarde se fueron agregando otras regiones. Contenía en su interior una gran diversidad de grupos étnicos: árabes, persas, turcos, hindúes, malayos, negros, europeos e incluso chinos. Exhibía no sólo una mayor diversidad geográfica y climática que el Occidente europeo, sino también una mayor variedad de grupos étnicos y lingüísticos.

El principal idioma de la cristiandad occidental era el latín, y todos los idiomas europeos —salvo algunos grupos lingüísticamente muy pequeños— pertenecen a una única familia, mientras que los tres principales idiomas del mundo islámico, a saber: el árabe, el persa y el turco, pertenecen a tres familias lingüísticas totalmente diferentes. Por lo tanto, casi desde los inicios de su historia, el Islam tuvo una fuerte percepción de sí mismo como una civilización diferente aún cuando integraba en su universo muchos elementos de culturas previas, especialmente en el dominio de las artes y las ciencias.

Incluso los historiadores musulmanes clásicos escribían acerca de la importancia, tanto religiosa como histórica y filosófica, de las otras civilizaciones, como podemos ver en las obras de Al-Tabari y Al-Mas‘udi entre otros. Uno de ellos, Ibn Jaldún, fue el padre de lo que podríamos llamar el estudio de las civilizaciones, y escribió con excepcional profundidad y lucidez acerca del surgimiento, la continuidad y la caída de las civilizaciones.

Otro de los grandes historiadores musulmanes, Rashid Al-Din Fadl-Allah, fue el autor de la primera historia universal jamás escrita, obra que se ocupa de los francos y los chinos —en los dos extremos del mundo conocido— y prácticamente de todos los pueblos intermedios. De hecho la civilización islámica fue la única, antes de los tiempos modernos, en tomar contacto y conocer a casi todas las grandes civilizaciones del mundo.

Esta civilización heredó mucho del saber, las ciencias, la filosofía y la tecnología del antiguo Egipto, de las civilizaciones mesopotámicas, de la antigua Grecia, de Persia, y en alguna medida de Roma, India e incluso de la China, y sobre la base de lo que había heredado creó un vasto corpus de ciencia y filosofía islámica que también influyó profundamente en Occidente.(21) Aprendió también muchas antiguas técnicas artísticas y arquitectónicas en las cuales insufló el espíritu de la revelación islámica, creando en consecuencia un arte característico, cuya influencia puede verse hoy día en Sudamérica y Centro América en la forma del arte mudéjar.

Desde el principio de su existencia, la civilización islámica tuvo un contacto directo y conoció a las civilizaciones de China e India hacia oriente, a los mundos bizantino y cristiano hacia occidente, y al África negra en su frontera sur, para no hablar de la Mesopotamia, Egipto y Persia que entraron a formar parte del mundo islámico.

A diferencia de lo que ocurrió en Occidente, en donde el contacto con otras civilizaciones —excepción hecha del Islam— estuvo combinado con el advenimiento de la Modernidad, el Islam tuvo un pleno conocimiento de otras civilizaciones, culturas y religiones, mucho antes de los tiempos modernos. Por mil años se vio a sí mismo como la central y más poderosa de las civilizaciones, de donde puede inferirse el terrible shock que significó darse cuenta de su debilidad cuando el Occidente moderno se lo hizo ver patentemente, en el corazón mismo del mundo islámico, con la conquista napoleónica de Egipto en 1798, combinado con la repentina debilidad y la cadena de derrotas sufridas por los otomanos en Europa así como con la destrucción del dominio musulmán en la India por los británicos.

A partir del siglo XVIII la civilización islámica comenzó a debilitarse en diversos grados en distintas áreas. Gran parte del mundo islámico resultó colonizado por distintas potencias europeas, entre ellas principalmente por británicos, franceses, holandeses y rusos.

A partir del siglo XIX los musulmanes modernistas, buscando emular a Occidente y con la esperanza de obtener poder y así volverse independientes, comenzaron a debilitar la civilización islámica con la excusa de tratar de salvarla. Este proceso continuó acelerándose hasta el final de la primera mitad del siglo XX. Al principio hubo mucha resistencia, pero las autoridades gubernamentales, controladas o bien por las potencias colonialistas o en manos de musulmanes modernistas a su servicio, salieron triunfantes.

La vestimenta islámica comenzó a cambiarse por la occidental, y lo mismo ocurrió con el arte, la arquitectura y la planificación urbana. Sistemas educativos de tipo occidental se establecieron por doquier a fin de introducir la ciencia y el conocimiento de Occidente a expensas de los islámicos. Incluso las leyes, que habían sido las de la Shari‘ah o Ley Divina basada en el Corán y las tradiciones (ahadiz) del Profeta del Islam, se cambiaron en muchas regiones en favor de los códigos legales europeos. Muchos pensaban que pronto no quedaría nada de la civilización islámica. No obstante, y pese al increíble estrago producido en casi todos los ámbitos, la civilización islámica no murió completamente, porque la religión del Islam que la había creado era todavía muy fuerte.

De 1950 en adelante, y junto con el resurgimiento del pensamiento islámico y el rechazo por parte de algunos musulmanes recientemente instruidos de la imitación ciega y completa de Occidente el cual por su parte estaba comenzando a experimentar una crisis profunda en el campo de los valores, comenzaron a renovarse gradualmente algunos aspectos de la civilización islámica. Este proceso tiene todavía mucho por recorrer y, dado que procura reafirmar la identidad islámica del mundo musulmán, antes que simplemente emular a un Occidente que ya no está totalmente seguro de a dónde se dirige, a menudo es interpretado como anti-occidental.

Por obvias razones políticas, la oposición a los “intereses” occidentales en el mundo islámico, es a menudo interpretada como una oposición genérica a Occidente en su conjunto, pese a que el actual proceso de resurgimiento de lo islámico no reclama nada en absoluto respecto del derecho de Occidente de hacer lo que quiera en su propio mundo.

Pero dado que Occidente tiene “intereses” en distintos países islámicos que quiere proteger y como es incluso más poderoso y predominante que todas las civilizaciones no occidentales, algunos de estos intentos de auto-afirmación de los musulmanes toman formas extremas, utilizando con frecuencia ideologías occidentales para combatir a Occidente.

En muchos lugares no encuentra otro canal para el logro de sus objetivos, que deberían normalmente ser a través de medios pacíficos. Pero estas acciones extremistas, no importa cuán magnificadas sean en los medios de difusión occidentales, son factores secundarios comparados con la más amplia realidad del deseo de la civilización islámica de reafirmar su propia identidad y preservar su propio ethos cultural y religioso, incluso pese a las presiones sin precedentes con que se enfrenta.

La gran mayoría de los musulmanes no desea tener conflictos con otras civilizaciones, ni tampoco desea tener “intereses” en el Golfo de México o en el Canal de la Mancha, que en su caso sí requerirían ser protegidos con enfrentamientos. Y de hecho, en los lugares del mundo islámico donde hoy día hay enfrentamientos, tales como Palestina, Cachemira o Chechenia, se trata siempre de musulmanes que están buscando proteger sus derechos, libertades o territorios, que les han sido arrebatados o están siendo amenazados, y de ningún modo existe la intención de conquistar otros pueblos y gobernarlos por la fuerza.

*   *   *

Existen numerosos factores en la actualidad que obstaculizan al diálogo y el entendimiento entre civilizaciones e incluso dentro de una misma civilización. Hay intereses económicos, étnicos y reivindicaciones nacionalistas, e incluso el celo misionero de imponer a los demás las propias opiniones, sea a través de medios políticos o económicos.

Pero hay también fuerzas que procuran restañar las heridas tanto dentro como entre civilizaciones, comprendiendo que, sin armonía con los otros hombres y con la creación de Dios, no hay futuro para la vida humana sobre la tierra.

El futuro del hombre es la bisagra entre el enfrentamiento y el diálogo entre civilizaciones. Los hombres y mujeres de bien, sean estos judíos, cristianos, musulmanes, hindúes o budistas —e incluso algunos manifiestamente agnósticos—, han comprendido ahora que no hay manera de que la especie humana sobreviva si no es a través del diálogo y la armonía, incluso con aquellos con los cuales se discrepa en los fundamentos.

En el presente contexto, el diálogo entre civilizaciones debe plantearse primero entre miembros de lo que queda de las culturas tradicionales, sobre la base de la unidad de esa Verdad trascendente que los engloba a todos. Luego debe haber un acuerdo sobre la base del mutuo respeto y la aceptación de las tesis de acuerdo, incluso para discrepar con aquellos que no aceptan los principios tradicionales.

Si se pudiera crear un acuerdo entre las religiones, incluyendo las presentes en Occidente, en donde el secularismo ha resultado victorioso en tantos campos, un diálogo entre civilizaciones que conduzca a la mutua comprensión se vería mejor posibilitado. Y luego, sobre la base de esa mutua comprensión, se puede dar origen a un convenio mucho mayor, al menos en el nivel de la acción, entre aquellos que aceptan la existencia de un Principio trascendente y una finalidad última para la vida humana, más allá de lo puramente mundano y terrestre, y quienes no lo hacen.

Actualmente toda civilización, cada una a su manera, se enfrenta a una crisis sin precedente. Hay guerras, quiebres del orden social, debilitamiento de los valores éticos, y lo más ominoso, la destrucción del medio ambiente natural de lo cual todas las civilizaciones son responsables.

Debería darse libertad a cada civilización para que, sobre la base del respeto mutuo, centre su atención en sus propios problemas espirituales, intelectuales y sociales. Así, sobre la base del respeto mutuo, varias civilizaciones podrán aunar sus esfuerzos para enfrentar los problemas globales tales como la crisis ambiental o la difusión de las nuevas biotecnologías que se realiza sin considerar sus consecuencias éticas. Estos, son problemas que no reconocen fronteras nacionales o de civilización, solamente a través del diálogo y la armonía, y no por la fuerza bruta militar o económica, se puede esperar confrontarlos y resolverlos.

En este complicado proceso, de cuyo triunfo depende el futuro de la humanidad, el Islam y su civilización están destinados a jugar un rol central. El Islam es la última de las grandes religiones de este ciclo de la historia humana y el Corán habla explícitamente de la veracidad de las religiones reveladas al género humano con anterioridad.

Dado que la civilización islámica ocupa la región central del planeta, tanto por su geografía como por su experiencia histórica, está capacitada en todo sentido, para llevar a cabo un diálogo intercultural entre las distintas civilizaciones, constituyéndose ella misma en un puente entre Oriente y Occidente, reflejando la luz de ese bendito árbol de olivo al cual se refiere el Corán como que no es ni oriental ni occidental(22), y en virtud de ser también el mensaje de sometimiento al Señor de todos los orientes y todos los occidentes.(23)

Notas

1) Civilizational Dialogue and the Islamic World. Aunque escrita en inglés, el Dr. Nasr tuvo la deferencia de leerla en español de acuerdo a la presente versión aprobada por él, durante la segunda Jornada del Seminario Internacional para el cual fue invitado a la Argentina por las instituciones organizadoras del mismo: Instituto Argentino de Cultura Islámica (IACI), Instituto de Artes y Ciencias de la Diversidad Cultural (Investigación, Docencia y Documentación sobre Identidad y Alteridad) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, la Fundación “Los Cedros” (FLC) , Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí (Cidicsef) y Cátedra de Arte Islámico y Mudéjar (FADU-UBA). Dicha reunión científica fue celebrada en respuesta a la convocatoria de la Asamblea General por el año de las Naciones Unidas del Diálogo entre Civilizaciónes, bajo el título: “La Diversidad Cultural: ¿Problema o Solución?”, del 27 al 30 de agosto de 2001 en Buenos Aires, en el auditorio de la Fundación Los Cedros.

2) En todo este escrito y en general en sus obras, cuando el autor habla de lo “tradicional” y de la “Tradición”, se refiere a la sophia perennis presente en las grandes culturas religiosas de la humanidad: cristianismo, judaísmo, Islam, hinduísmo, taoísmo, etc., y a su particular concepción del mundo, la creación y el hombre. Para ampliar estos conceptos y su conflicto con la “modernidad” referirse a las obras de Ananda Kentish Coomaraswamy (1877-1947), René Guénon (1886-1951), Titus Burckhardt (1908-1984), Frithhof Schuon (1907-1998), para citar sólo a los principales autores de esta escuela. (Nota del Traductor)

3) A. K. Coomaraswamy, What is Civilization, Ipswich, Golgonooza Press, 1989. En las lenguas islámicas, las palabras para “civilización” están también relacionadas con la ciudad tal como se la entiende tradicionalmente. En árabe la palabra para civilización, al-hadarah, se deriva de la raíz hdr que significa un lugar de asentamiento de un pueblo o ciudad. En persa y en muchos otros idiomas como el urdu y el turco, el término tamaddun o madaniyyat que se usan por lo general para civilización, están también vinculados al término madan, que asimismo significa ciudad o pueblo.

4) Coomaraswamy, ob. citada, p. 2.

5) Filón Judaeus (c.20 a.C.-50 d.C.), filósofo judío de Alejandría, conocido como “el Platón judío”. Reconcilió la religión revelada del Pentateuco con la filosofía griega a través de la influencia de Platón, Aristóteles y los neopitagóricos, cínicos y estoicos. Muchos lo ven como uno de los precursores de la teología cristiana, especialmente por su visión del Logos como intermediario entre Dios y el hombre.

6) Coomaraswamy, ob. citada, p. 2.

7) Ver M. Pallis, Peaks and Lamas, Londres, The Woburn Press, 1974, capítulo XXII, ps. 299/32 (hay una traducción castellana de Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1946).

8) Como tuvimos ocasión de mencionar en otro lugar, hay numerosos tratados sobre metafísica tradicional y filosofía en el mundo islámico que tienen precisamente el título al-Mabda’ wal ma‘ad en árabe (lit. El principio y el retorno —al principio—), o bien Aghaz wa anyam en persa, expresiones ambas que significan el principio u origen y el fin.

9) “Toda la existencia de los pueblos de la antigüedad. y de los pueblos tradicionales en general, está dominada por dos ideas directrices: la idea del Centro y la idea del Origen”. F. Schuon, Light on the Ancient World (Luz sobre el mundo antiguo), Bloomington (Ind.), World Wisdom Books, 1984, p. 7. (Hay traducción castellana: Sobre los mundos antiguos, Taurus, Biblioteca de Estudios Tradicionales, 1979).

10) M. Pallis, The Way and the Mountain, Londres, Peter Owen, 1991, p. 178 (El camino y la montaña, Buenos Aires, Kier, 1973).

11) Ver R. Guénon, “Principles of Unity of the Oriental Civilizations”, en su Introduction to the Study of Hindu Doctrines, traducción de M. Pallis, Londres, Luzac & Co., 1945, ps. 19 y ss. (Hay traducción castellana: Introducción al estudio de las doctrinas hindúes, ).

12) Ver Tage Lindbom, The Tares and the Good Grain, traducción (del sueco) de A. Moore, Macon (G A), Mercer University Press, 1983. (Hay traducción castellana: La semilla y la cizaña, Taurus, Biblioteca de Estudios Tradicionales, 1980).

13) “Todas las civilizaciones están en decadencia, pero de formas diferentes; la declinación del Oriente es pasiva, y la del Occidente es activa. El error del Oriente en decadencia es que ya no piensa; el del Occidente es que piensa demasiado y erróneamente. Oriente duerme sobre las verdades; Occidente está viviendo un error”. F. Schuon, Spiritual perspectives and Human facts, P. Townsend, Pates Manor, Middlesex, Perennial Books, 1987, ps. 22-23.

14) S. Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, New York, Simon and Shuster, 1996, p. 40 y ss. (El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 35 y ss).

15) Quiere decir que esta Realidad Última (Dios), es trascendente e inmanente a todas las cosas.

16) Sobre cómo la perspectiva budista puede ser integrada en la comprensión de esta sabiduría o philosophia perennis, ver la respuesta de H. Nasr a Sally King en E. Hahn y otros (editores), The Philosophy of Seyyed Hossein Nasr, Library of Living Philosophers, vol. XXVIII, Chicago, Open Court, 2001, ps. 22 y ss.

17) Frithjof Schuon (1907-1998), místico suizo converso al Islam. Autor de numerosos libros como Tras las huellas de la religión perenne, Castas y razas y Comprender el Islam, publicados por Ediciones de la Tradición Unánime, Jose J. de Olañeta, Editor (Palma de Mallorca, España). (Nota del Traductor)

18) Ver F. Schuon, The Trascendent Unity of Religions, Wheaton (Ill.), The Theosophical Publishing House, 1993 (hay traducción castellana: De la unidad trascendente de las religiones, Madrid, Heliodoro, 1980). Ver también H. Nasr, Knowledge and Sacred, Albany (N.Y.), The State University Press of New York, 1989, capítulo nueve, ps. 280-308; y Nasr, Religion and the Order of Nature, Oxford, Oxford University Press, 1996, capítulo 1, ps. 3/38 (Religión y naturaleza, Editorial Kier, Buenos Aires).

19) Ver A. K. Coomaraswamy, “Paths that Lead to the Same Summit”, in su The Bugbear of Literacy, Pates Manor, Bedfont, Middlesex, 1979, ps. 50 y ss.

20) Cfr. Muhammad Jatami, El Diálogo entre Civilizaciones y el Mundo del Islam, trad. castellana y notas por Ricardo H.S. Elía, Universidad Nacional de La Plata e Instituto Argentino de Cultura Islámica, Buenos Aires, 2001. (Nota del Traductor)

21) Sobre la transmisión de las ciencias antiguas y el surgimiento de la ciencia y el saber islámicos ver S. H. Nasr, Islamic Science - An Illustrated Study, Chicago, Kazi Publications, 1995, ps. 3 y ss.

22) Cfr. Corán, 34:35.

23) Cfr. Corán, 37:5 y 55:15.

Extraído del libro La Civilización del Islam; autor: Ricardo H. S. Elía 

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