Hondureño por amor y estadounidense de origen
escribe Fernando Acosta Riveros (La Red 21)
 
Por amor al prójimo muchos hombres y mujeres entregaron sus vidas en diferentes regiones de nuestra América en el pasado siglo XX. James Carney, estadounidense nacido en Chicago el año de 1924, decidió vivir en Honduras, Centroamérica, junto a los pobres luego de haber abrazado el cristianismo católico en la Compañía de Jesús, donde se ordenó sacerdote en el año 1961.
James Carney participó antes como soldado en el ejército estadounidense durante 1948 en plena Segunda Guerra Mundial. Al regresar a su patria reflexionó sobre las batallas y reconoció que todas las guerras son malas pero que en algunas ocasiones hay guerras justas destinadas a buscar la paz con justicia social.
Fortaleció su espíritu y a través de lecturas decidió hacerse jesuita. Consideraba necesario imitar, aunque fuera un poquito al profeta Jesús y optó por los pobres. Recién ordenado, la Compañía de Jesús lo envió a realizar trabajo pastoral a las parroquias de Minas de Oro, Sulaco y El Progreso, ubicadas en el departamento hondureño de Yoro.
Allí se puso a trabajar con los campesinos. Escuchaba sus testimonios de pobreza y decidió enseñarles a luchar por la justicia social para poder alcanzar la paz. Cambió su nombre original por el de Guadalupe en homenaje a la virgen de los países de Centroamérica. Desde entonces James Carney fue conocido y es recordado en la patria de Francisco Morazán como el padre Guadalupe. Renunció a la nacionalidad estadounidense y adoptó la ciudadanía hondureña.
Participó en comités de solidaridad con Nicaragua, en tiempos en que el pueblo de Augusto César Sandino luchaba en armas contra la tiranía de Anastasio Somoza. Después del triunfo sandinista, el gobierno de Honduras le retiró la ciudadanía y expulsó al padre Guadalupe hacia Nicaragua. Él se consideraba hondureño y desde tierra nica apoyó el proyecto libertario del médico José María Reyes Mata, nombrado Secretario general del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos desde 1979.
El padre Guadalupe sintió una gran admiración por el Dr. José María, conocido popularmente como Chema y también con su nombre de combate, comandante Pablo Mendoza. El religioso se mantenía fiel al catolicismo y deseaba una Iglesia libertaria, comprometida en procesos transformadores que ayudaran a los trabajadores del campo y las ciudades a superar su pobreza económica, espiritual y moral. Estuvo convencido de que todos los hombres y mujeres somos importantes y debemos procurar vivir como Hermanos y nunca más como Opresores ni Oprimidos.
El pueblo hondureño sumido en una crisis económica y política que se agudiza tras el fraude realizado los últimos días del pasado mes de noviembre cuando el presidente Juan Orlando Hernández decidió reelegirse a la fuerza y desconocer el triunfo electoral de su contendiente Salvador Nasralla, recuerda en esta Navidad de 2017, el ejemplo generoso del jesuita estadounidense-hondureño James Carney Guadalupe y un sector combativo se prepara para nuevas luchas en 2018 cuando se recordará el 35 aniversario de la desaparición forzada del padre Guadalupe, quien se desempeñaba como capellán en las filas insurgentes dirigidas por el Dr. José María Reyes Mata, amigo del argentino Ernesto Che Guevara. Lo conoció en La Habana, Cuba, mientras estudiaba medicina en la patria de José Martí a partir de 1962.
El padre Guadalupe y el médico Chema permanecen en el ideario de dirigentes y militantes de la tarea libertaria hondureña en este nuevo siglo XXI. La lucha ha sido larga, igual que en las naciones hermanas de Centroamérica. Es verdad que se ha impuesto a la fuerza un sistema Consumista e Individualista como oposición al Comunismo y a la vida de cooperación Colectiva y Social. También es cierto que no todos los hondureños aceptan la opresión y los designios de la oligarquía pro imperialista que desea quedar bien con Mr. Donald Trump, el nuevo faraón de las Américas.
Las autoridades hondureñas y el Estado opresor tienen grandes deudas con la población y con el Mundo. Deberán responder en tribunales por acción y omisión acerca de numerosos crímenes entre los cuales se destacan la desaparición de 91 combatientes del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos en 1983, entre ellos el médico Chema y el padre Guadalupe; el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en junio de 2009 y el asesinato de la activista ambientalista y promotora de los derechos indígenas, Berta Cáceres en el mes de marzo de 2016. Los insurgentes revolucionarios de la década de 1980, el presidente Manuel Zelaya a comienzos del presente siglo y Berta Cáceres fueron personas cuyos pensamientos y acciones se convirtieron en una molestia para la élite empresarial hondureña que trata a los seres humanos como cifras y así las presenta en sus informes de acumulación del capital que ofrece como ejemplo de democracia y libertad.
 
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