La segunda carta del ayatolá Jamenei a los jóvenes de Occidente

 

30/11/2015

En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso

A todos los jóvenes de los países occidentales:

Los amargos acontecimientos que provocaron el terrorismo ciego en Francia, una vez más, me han motivado a dialogar con vosotros los jóvenes. Para mí resulta lamentable que tales acontecimientos generen estas intervenciones, no obstante, es una realidad que si estos asuntos dolorosos no preparan el terreno para encontrar una solución y un motivo para que nos pongamos a pensar juntos, los daños serían mayores. El sufrimiento de todo ser humano, en cualquier parte del mundo, per se es triste para toda la gente. La imagen de un niño agonizante ante los ojos de sus seres queridos, de una madre cuya alegría familiar se transforma en luto, de un esposo que traslada aprisa el cuerpo sin vida de su esposa, o un espectador que no sabe que dentro de poco verá cómo culmina la última escena de su vida,  son imágenes que no dejan de despertar las emociones y afecciones del ser humano. Cualquier persona que sepa de amor y humanidad, se siente consternada por tales escenas, sea en Francia, Palestina, Irak, Líbano o Siria. Seguramente, los mil millones y medio de musulmanes del mundo comparten este sentimiento y repudian a los artífices y perpetradores de tales tragedias. Pero la cuestión es que las dificultades y problemas de hoy sino conducen a construir un mañana mejor y más seguro, solamente permanecerán como un recuerdo amargo e infructuoso. Yo tengo fe de que solo vosotros, los jóvenes, al aprender lecciones de las calamidades de hoy, seréis capaces de encontrar nuevas vías para construir el futuro y evitar el camino incorrecto que ha conducido a Occidente hacia su situación actual.

Es cierto que, hoy, el terrorismo es un dolor compartido por vosotros y nosotros, pero es necesario que sepáis que la inseguridad y el desasosiego que experimentasteis durante los últimos acontecimientos, se diferencia en dos aspectos fundamentales con el sufrimiento que los pueblos de Irak, Yemen, Siria y Afganistán han tenido que soportar durante largos años. En primer lugar, el Mundo Islámico, en una dimensión mucho más amplia y durante un tiempo mucho más prolongado, ha sido víctima del terror y la violencia. Segundo, lamentablemente, estos actos violentos han contado siempre con el apoyo eficaz —a través de múltiples maneras— de las grandes potencias. En la actualidad, son pocas las personas que no están al tanto del rol que desempeñan los Estados Unidos en la creación, fortalecimiento y el suministro de armas a Al-Qaeda, los talibanes y sus siniestros secuaces. Junto a este apoyo directo, reconocidos patrocinadores del terrorismo takfirí han figurado siempre en las filas de los aliados occidentales, pese a contar con los sistemas políticos más atrasados y reaccionarios. Todo esto mientras se reprime brutalmente las más avanzadas y claras ideas generadas por las democracias dinámicas y activas en la región. Un ejemplo claro de las contradicciones en las prácticas de Occidente es su política de doble rasero ante el movimiento del despertar del Mundo Islámico.

Otro aspecto de esta contradicción se evidencia en el apoyo al terrorismo de estado israelí. El oprimido pueblo de Palestina, durante más de 60 años, ha venido experimentando la peor forma de terrorismo. Si la gente de Europa se refugia durante algunos días en su casa y evita congregarse y asistir a centros concurridos, una familia palestina hace décadas que, incluso, en su casa no se encuentra a salvo de la máquina asesina y destructora del régimen sionista. Hoy en día, si se toma como parámetro el grado de crueldad, ¿qué tipo de violencia resulta comparable a las atrocidades que comete el régimen sionista con la construcción de asentamientos? Este régimen, sin que nunca sea cuestionado por sus procedimientos  —ni seria ni eficazmente— por sus influyentes aliados o, al menos, por las entidades internacionales aparentemente independientes, destruye a diario las casas de los ciudadanos palestinos y devasta sus jardines y granjas, sin darles la oportunidad de recoger sus bienes o productos agrícolas. Todo esto ocurre —en la mayoría de los casos— ante los ojos atemorizados y llorosos de mujeres y niños que son testigos del maltrato y agresión física a los miembros de su familia y, en algunos casos, de su traslado a centros clandestinos de tortura. ¿Acaso conocéis otra atrocidad con esas dimensiones y que se aplique durante tanto tiempo en el mundo de hoy? Si disparar contra una mujer en medio de la calle por el único delito de protestar ante un soldado armado hasta los dientes no es terrorismo, ¿qué puede serlo? ¿No se debe llamar extremismo a esa barbaridad que llevan a cabo las fuerzas militares de un gobierno usurpador? Quizás sea que, como estas imágenes se han visto repetidamente en la televisión durante unos 60 años, no despierta ya nuestra consciencia.

Las invasiones de los últimos años al Mundo Islámico, que han dejado numerosas víctimas, es otro ejemplo de la lógica contradictoria de Occidente. Los países invadidos, además de sufrir grandes pérdidas de vidas humanas, ven destruidas sus infraestructuras económicas e industriales, se ha paralizado su crecimiento o se ha hecho lento su progreso y en algunos casos, se retrasa su desarrollo durante décadas. Sin embargo, de forma desvergonzada, se les pide que no se consideren oprimidos. ¿Cómo se puede transformar en ruinas a un país, demoler sus ciudades y pueblos y después decirles a sus ciudadanos que, por favor, no se consideren oprimidos? En vez de invitarlos a no comprender u olvidar las tragedias, ¿no sería mejor una disculpa sincera? El sufrimiento del Mundo Islámico, en los últimos años de doble rasero e hipocresía de los invasores, no es menor que los daños materiales.

¡Queridos jóvenes! Tengo la esperanza de que vosotros, ahora o en el futuro, cambiéis esa forma de pensar inducida por la hipocresía, un pensamiento cuya estrategia es ocultar objetivos a largo plazo y adornar propósitos maliciosos. En mi opinión, la primera fase para establecer la seguridad y la tranquilidad, es reformar ese pensamiento que genera violencia. Mientras el criterio de doble rasero prevalezca en la política de Occidente, y el terrorismo, de acuerdo a la perspectiva de sus poderosos patrocinadores, se divida en buenos y malos, y mientras los gobiernos prioricen sus intereses por encima de los valores humanos y morales, no se debe buscar la raíz de la violencia en otro lugar.

Lamentablemente, durante muchos años, estas raíces han penetrado de forma paulatina en lo profundo de las políticas culturales de Occidente, originando una invasión blanda y silenciosa. Muchos de los países del mundo se sienten orgullosos de su cultura autóctona y nacional, con cuya prosperidad se han nutrido muy bien las sociedades durante cientos de años. El Mundo Islámico no está excluido de este proceso. No obstante, en la época contemporánea, el mundo occidental se ha aprovechado de desarrolladas herramientas para trabajar en la homogeneización de la cultura global. Yo considero que la imposición de la cultura occidental a otros pueblos y el menosprecio de las culturas independientes es perjudicial y una forma de violencia silenciosa. A pesar de que la cultura sustituta no tiene la capacidad para ocupar el lugar de la cultura sustituida, se subvaloran ricas culturas e insultan sus sectores más respetables. Por ejemplo, dos elementos como «agresividad» y «comportamiento inmoral»  que, lamentablemente, se han convertido en principios de la cultura occidental, ponen en cuestión su popularidad y posición, incluso en su mismo lugar de origen. Ahora, la pregunta es: ¿Estamos siendo pecadores si no queremos aceptar una cultura belicista, perversa y que rechaza la espiritualidad? ¿Acaso somos culpables si impedimos una inundación devastadora que, en forma de diferentes productos aparentemente artísticos, se dirigen hacia nuestros jóvenes? No niego la importancia y el valor de los lazos culturales. Siempre que estos vínculos se han materializado respetando a la sociedad de destino, han generado prosperidad, y desarrollo. Al contrario, los lazos discordantes e impuestos no han tenido éxito y han sido  perjudiciales. Con todo mi pesar debo decir que grupos infames como Daesh son engendros y frutos de las relaciones fracasadas con culturas importadas. Si el problema hubiera sido solo de creencias, entonces deberían haberse producido fenómenos semejantes en el Mundo Islámico antes de la época colonial, mientras que la historia da testimonio de lo contrario. Los fidedignos documentos históricos muestran con claridad cómo el vínculo del colonialismo con un pensamiento extremista y obsoleto, dentro de una tribu primitiva, sembró la semilla del extremismo en esta región. De lo contrario, ¿cómo es posible que de una de las escuelas religiosas más humanas y éticas del mundo, que considera el asesinato de un ser humano como una masacre de toda la humanidad, salga una inmundicia como Daesh?

Por otra parte, hay que preguntarse por qué aquellos que han nacido en Europa, cuyo espíritu y pensamiento se ha formado en ese ambiente, se incorporan a estos grupos. ¿Acaso se puede creer que las personas, con uno o dos viajes a las zonas de guerra, pueden volverse de repente tan extremistas, al punto de abrir fuego contra sus propios compatriotas? Por cierto, tampoco se deben olvidar los efectos de una vida  de mala influencia cultural, en un ambiente contagiado y generador de violencia. Hay que realizar un análisis integral al respecto en este sentido, que descubra los elementos contaminados ocultos y visibles de la sociedad. Quizás el profundo odio sembrado durante los años del florecimiento industrial y económico, debido a la desigualdad y, posiblemente, por discriminaciones legales y estructurales dentro de las clases sociales occidentales, haya creado complejos internos que, de vez en cuando, se expresan de esa forma.

De todos modos, sois vosotros quienes debéis descubrir las capas superficiales de vuestra sociedad. Encontrad los problemas, rencores y odios, y  eliminadlos. Hay que cerrar las brechas en vez de profundizarlas. El gran error en la lucha contra el terrorismo reside en las reacciones apresuradas que contribuyen a la expansión de estas divergencias. Cualquier acción apresurada y emocional, que aísle y atemorice a esa comunidad musulmana residente en Europa y Estados Unidos, formadora de millones de personas activas y responsables, así como la privación, más que nunca, de sus derechos básicos y el aislamiento en la sociedad, no solo no resolverá el problema, sino que aumentará las brechas y profundizará los rencores. Las medidas y reacciones superficiales, en especial si son legalizadas, solo servirán para aumentar la polaridad existente y abonar el camino para crisis futuras. Según las noticias, en algunos países europeos, se han establecido leyes que incitan a los ciudadanos a espiar a los musulmanes. Tales comportamientos son injustos, y todos sabemos que la injusticia solo genera injusticia. Además, los musulmanes no se merecen tal ingratitud. El mundo occidental, desde hace siglos, conoce muy bien a los musulmanes, ya sea cuando los occidentales fueron invitados a los territorios del Islam y clavaron sus ojos en la riqueza de su anfitrión, como cuando fungieron como anfitriones y se beneficiaron del trabajo y el pensamiento de los musulmanes; en ambos casos, no experimentaron otra cosa que la bondad, hospitalidad y paciencia. Entonces, a vosotros los jóvenes, os pido que, con base en un conocimiento apropiado, un análisis profundo y la lección de las experiencias amargas, creéis los cimientos para una cooperación correcta y digna con el Mundo Islámico. De esta forma, en un futuro no muy lejano, seréis testigos de que lo que habéis construido expandirá el manto de la confianza sobre sus arquitectos y les concederá la bondad de la seguridad y la tranquilidad, además de darles la esperanza de un futuro brillante para el mundo.

 

Seyyed Ali Jamenei,

8 de âzar de 1394

29 de noviembre de 2015

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