Civilización del Islam

Islamología

Por: Ricardo H. S. Elía

 

«Si esto es el Islam, ¿no somos todos musulmanes?».

Johann Wolfgang Goethe

  En la Edad Media, en un contexto de enfrentamientos militares y de polémica religiosa como resultado de las invasiones cruzadas, y los contactos con la España y la Sicilia musulmanas permitieron a los europeos acceder al conocimiento de una civilización que en muchos aspectos materiales, culturales y espirituales era superior a la suya. La transmisión de la herencia científica de la Antigüedad efectuada por los musulmanes y los propios avances intelectuales del mundo islámico fueron igualmente conocidos desde finales del siglo XI, principalmente a través de España.

   Un esfuerzo de conocimiento del Islam como religión se manifestó en Europa desde el siglo XII. «La prueba de ello la tenemos en Pedro de Alfonso, judío español bautizado en Huesca en 1106 y convertido en médico del rey Enrique I de Inglaterra (y muerto en 1110); traductor de obras de astronomía, pero también redactor de la primera obra que contenía datos de algún valor objetivo sobre Mahoma y el Islam» (Maxime Rodinson: La fascinación del Islam, Júcar, Madrid, 1989, p. 32).

Los primeros traductores

   Los primeros estudios fueron llevados a cabo en Cataluña por Gerbert d’Aurillac (938-1003), convertido en Papa bajo el nombre de Silvestre II en 999. En los siglos XII-XIII se potenció aún más la transmisión a Europa de la ciencia y la filosofía musulmanas que se desarrollaban en Oriente y en la misma al-Ándalus, junto con los conocimientos científicos y filosóficos de la Antigüedad, que habían sido revalorizados por los pensadores del Islam. Esta corriente transmisora fue alimentada por las traducciones de textos árabes al latín que efectuó la escuela de traductores de Toledo. Dicha escuela, hasta 1152, reunió a sabios musulmanes, judíos y cristianos bajo los auspicios del arzobispo Raimundo de Sauvetat, y alcanzó su apogeo con el monarca Alfonso X el Sabio, que reinó desde 1252 a 1284 (cfr. Francisco Márquez Villanueva: Concepto cultural alfonsí, Mapfre, Madrid, 1992).

   Pedro el Venerable (1094-1156), abad de Cluny, encargó en 1143 al inglés Roberto de Ketton o «el Ketenense» (también llamado Roberto de Chester o Robertus Castrensis) una traducción del Corán (la primera al latín) que proporcionó la base para otras traducciones europeas hasta el siglo XVII. Esto se produjo casi medio siglo después de declararse la Primera Cruzada contra el Islam. No se ha logrado establecer si «Petrus Venerabilis» tenía el objetivo de poder así «refutar el Corán», o si usó este argumento como pretexto, para protegerse. Lo cierto es que intentó transformar las Cruzadas en una tarea misionera y no violenta. Pero no menos cierto es que el traductor, Roberto de Ketton, era «constantemente obligado a intensificar o exagerar un texto inofensivo para darle un tono desagradable o licencioso o a proferir una interpretación inverosímil pero molesta antes que una más adecuada pero también más normal y decente» (Normal Daniel: Islam and the West, the Making of an Image, Edinburgh University Press, Edinburgo, 1960). El Doctor de la Iglesia Bernard de Clairvaux (1091-1153) —el impulsor de la Segunda Cruzada— se negó incluso a leer esta traducción (cuyo manuscrito se encuentra actualmente en la Bibliothèque de l’Arsenal, en París). Cuatrocientos años más tarde, en 1542/43, Theodor Buckmann, latinizado Bibliander (1504-1564), teólogo y sucesor del reformista suizo Huldrych Zwingli (1484-1531) —el autor de la obra De vera et falsa religione (1525), reeditó en Basilea la traducción de Pedro el Venerable. Fue consecuentemente arrestado y sólo pudo recuperar su libertad mediante la intercesión personal de Martin Lutero (1483-1546), quien por cierto escribió el prefacio a la cuarta edición que apareció en Zurich en 1550. Esta primera versión latina fue volcada al italiano por Andrea Arrivabene, en 1547; la versión italiana vertida al alemán (Solomon Schweigger, 1616 y 1623, y ésta fue la base para la versión al holandés (anónimo, 1641). La primera versión francesa es de André du Ryer, que fue retraducida al inglés por Alexander Ross (1649-88, la primera edición del Corán en inglés), al holandés (Glazemaker), al alemán (Lange) y al ruso (Postnikov y Veryovkin). Sin embargo, estas traducciones eran parciales y bastante defectuosas. «Habrá que esperar al siglo XIX para que la traducción del original árabe sea la normal, y al XX para encontrar traducciones hechas por musulmanes a idiomas europeos» (cfr. Abdu Rashid Solare: Traducir el Corán, Buenos Aires, 1997, artículo inédito).

   Gerardo de Cremona (1114-1187) fue a Toledo en busca de manuscritos islámicos para traducirlos y añadirlos al tesoro filosófico occidental.

   «Estos préstamos literarios no son de extrañar, ya que Europa atravesó un período de intenso contacto intelectual con el Islam después del fracaso de las Cruzadas. La espiritualidad europea cambia de táctica política y se lanza entonces, por usar las palabras de José Muñoz Sendino, al “nuevo intento de conquistar el Islam a base de conocerlo”. Pero esta inteligente labor evangelizadora, que impulsa en buena medida las traducciones en masa de los libros de religión y sabiduría musulmana y la fundación de enclaves en tierra de sarracenos para aprender mejor el árabe, tiene un resultado secundario, probablemente inesperado: la “islamización” de Europa. (Dicho claro está en un sentido muy amplio). La intelligentsia cristiana europea -aún la más militante- no se puede sustraer a la poderosa influencia intelectual del Islam, que admira en más de un sentido» (Luce López-Baralt: San Juan de la Cruz y el Islam, Hiperión, Madrid, 1985, p. 13).

Federico II de Sicilia

   El emperador de Sicilia Federico II Hohenstaufen (1194-1250) hablaba seis idiomas, entre ellos el árabe, y había estudiado el Corán así como numerosos tratados de sabios musulmanes. Por sus simpatías hacia el Islam fue excomulgado tres veces (1227, 1239 y 1245) por los pontífices Gregorio IX e Inocencio IV bajo los cargos de «islamófilo y arabizante».

   En 1224 fundó la Universidad de Nápoles. Hizo traducir a Averroes y consultaba a los sabios musulmanes de Oriente y Occidente. «La túnica con la cual fue sepultado, estaba bordada en oro con inscripciones arábigas» (cfr. Emir Emin Arslan: Los Arabes, Sopena, Buenos Aires, 1943, p. 102).

   Al producirse la sexta cruzada, el sultán Malik al-Kamil (g. 1218-1238), sobrino de Saladino, asombrado de hallar un monarca europeo que entendía el árabe y apreciaba la literatura, ciencia y filosofía islámicas, hizo una paz favorable con Federico, y el 18 de febrero de 1229 Jerusalem fue entregado al cuidado del emperador germánico. Este inmediatamente entró en la ciudad santa y visitó los santuarios islámicos. El cadí de Nablus que era su guía fue testigo de cómo Federico expulsó a un sacerdote cristiano que había intentado entrar en la Mezquita al-Aksa. El historiador Sibt Ibn al-Yawzi (1186-1256) en su obra “El espejo del tiempo” narra este episodio: «Al-Kamil había ordenado al cadí de Nablus Shamsuddín que diese instrucciones a los muecines para que durante la estadía del Emperador en Jerusalem no saliesen a los alminares ni lanzasen el llamado a la plegaria en la zona sagrada. El cadí se había olvidado de advertir a los muecines, y así, el muecín Abd al-Karim subió esa noche y comenzó a recitar los versículos coránicos: “Dios no ha tenido ningún hijo ni hay otro dios junto con El. Si no, cada dios se habría atribuido lo que hubiera creado y unos habrían sido superiores a otros. ¡Gloria a Dios, que está por encima de lo que le atribuyen!” (Sura 23, aleya 91). Al otro día, el cadí llamó a Abd al-Karim y le informó sobre la orden del sultán, y así, la segunda noche éste no subió al alminar. A la mañana siguiente, el Emperador llamó al cadí y le dijo: ¡”Oh, cadí! ¿Dónde está ese hombre que ayer salió al alminar y dijo aquellas palabras?” El cadí le informó acerca de la recomendación que le había hecho el sultán.·”Habéis procedido mal, oh, cadí. Mi principal objetivo en pasar la noche en Jerusalem era oir la llamada a la oración hecha por el muecín.¿Acaso, si vosotros estuviéseis junto a mí, en mi país, suspendería yo el repique de las campanas por vosotros?. Por Dios, no lo hagáis. Distribuyó luego una suma de dinero entre los agregados que se ocupan del servicio del santuario, los muecines y devotos del mismo. Sólo permaneció en Jerusalem dos noches, y regresó a Acre, por temor a los templarios, que querían darle muerte» (cfr. Nilda Guglielmi: El Mundo Musulmán, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1990, p. 64-65). Véase E. Kantorowicz: Frederick the Second, Londres, 1931; Pierre Bouille: La extraña cruzada de Federico II, Plaza y Janés, Barcelona, 1970; David Abulafia: Frederick II. A medieval emperor, Pimlico, Londres, 1992; Horacio Cagni y otros: Federico II Hohenstaufen y su tiempo, Fundación Los Cedros/Grupo de Investigación Ixbilia, Editorial Struhart, Buenos Aires, 1995.

   Un contemporáneo de Federico y uno de los más célebres Minnesänger (trovadores) alemanes, Wolfram von Eschenbach (1165-1220), en su historia épica Willehalm, describe a los musulmanes que luchan contra los cruzados bajo el signo de una humanidad entendida generosamente.

Siger de Brabante

   El filósofo belga Siger de Brabante (¿1235?-1281/84), sacerdote secular, era un hombre muy sabio. Los fragmentos subsistentes de sus obras citan a al-Kindí, al-Farabí, al-Gazalí, Avicena, Avempace, Ibn Gabirol, Averroes y Maimónides. En una serie de comentarios sobre Aristóteles y en un opúsculo de controversia llamado «Contra esos hombres famosos en filosofía, Alberto y Tomás», Siger sostenía que San Alberto Magno (1193-1280) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274) interpretaban falsamente al filósofo griego y que Averroes lo hacía correctamente. Que Siger tenía muchos seguidores en la Universidad de París se deduce de la presentación de su candidatura al rectorado en 1271, aunque no prosperó. Nada puede probar mejor la fuerza del movimiento averroísta en París que lo repetidos ataques de Etienne Tempier, obispo de la ciudad a orillas del Sena. En 1269 condenaba como herejías trece proposiciones enseñadas por ciertos profesores de la Universidad. A pesar de todo, los averroístas continuaron enseñando como si nada hubiese pasado, pues en 1277, el obispo publicó una lista de 219 proposiciones, que condenó oficialmente como herejías. Esas, según el obispo, eran doctrinas enseñadas por Siger o Boecio de Dacia o Roger Bacon, u otros profesores parisienses, incluso el mismo Santo Tomás. Las 219 comprendían las condenadas en 1269 y otras, de las que brindamos los ejemplos siguientes: «La verdadera sabiduría es la de los filósofos (quod sapientes mundi sunt philosophi tantum) y no existe estado superior al del ejercicio de la filosofía(quod non est excellentior status quam vacare philosophiae)» (Etienne Gilson: La filosofía en la Edad Media, Gredos, Madrid, 1995, p. 546). En octubre de 1277 Siger fue condenado por la Inquisición. Sus últimos días transcurrieron en Italia como preso de la curia romana. Entre 1281 y 1284 fue acuchillado en Orvieto (Umbría) por un monje «medio loco».

Franciscanismo e Islam

   Cuando a fines de agosto de 1219, la quinta cruzada acosaba la ciudad egipcia de Damietta, en el delta del Nilo, se produjo un memorable encuentro entre el ilustre religioso italianoSan Francisco de Asís (1182-1226) y el sultán al-Kamil, quien, como ya vimos, más tarde haría la alianza con Federico II. «Horrorizado por la furia con que los cruzados mataban a la población musulmana en la toma de Damietta, Francisco regresó a Italia enfermo y entristecido» (P. Sabatier: Life of St. Francis of Assisi, Nueva York, 1909, p. 229). A partir de entonces, franciscanos y musulmanes protagonizarían una relación fructífera en intercambios de la que abundan ejemplos singulares (cfr. Maximiliano Roncaglia: St. Francis of Assisi and the Middle East, Franciscan Center of Oriental Studies, El Cairo, 1957).

   El teólogo y filósofo inglés Alexander de Hales (1170 a 1185-1245), llamado el Doctor Irrefragabilis, entró en la orden franciscana en 1236, y fue uno de los primeros escolásticos que aceptó la influencia de la filosofía islámica. Su discípulo, Jean de la Rochelle (m. 1245), catedrático de la Universidad de París, profundizó los estudios sobre el Islam y adoptó postulados averroístas.

   El sabio inglés y sacerdote franciscano Roger Bacon (1214-1294), llamado el Doctor Mirabilis, dice: «La filosofía fue renovada principalmente por Aristóteles en lengua griega, y después por Avicena en lengua árabe».

   El franciscano, Ramon Llull (1235-1316), gran conocedor de la lengua y la cultura árabes, preconizó la creación de un centro de estudios islámicos para la enseñanza de misioneros en Roma. Roger Marston, otro franciscano inglés, que estudió en París, y que fue profesor en Oxford, también aceptó la noción aviceniana de la inteligencia activa, y al igual que Bacon, la identificó con el Dios que había inspirado e iluminado el alma de San Agustín (354-430). Es en conexión con Marston y sus ideas, como el filósofo y medievalista francés Etienne Gilson (1884-1978) crea la acertada expresión de «agustinismo avicenizante» (cfr. E. Gilson: Roger Marston: Un cas d’agustinisme avicennisant, Arch. d’hist. doctr. et litter., París, 1933).

   Un caso excepcional es el misionero franciscano Odorico da Pordenone (1265-1331), nativo del Friul. Sus travesías por países musulmanes y el Oriente son tan fabulosos como reales. Viajero incansable durante casi dieciséis años (1314-1330) y contemporáneo de Ibn Battuta (ver aparte), con quien estuvo muy cerca de encontrarse, recorrió en su itinerario de ida desde Italia, Turquía, Irán (Sultaniyya, Kashán, Yazd, Shiraz y Ormuz), India (Malabar), Sumatra, Java, Borneo y China; volviendo a través del Tibet, el Jorasán y Armenia. Sus libro de viajes fue plagiado en gran parte por un aventurero de dudoso origen llamado Sir John Mandeville o Jean de Bourgogne (Saint Albans, 1300-Lieja, 1372) que escribió una crónica, aunque parece que fue un impostor y nunca viajó al Oriente (cfr. Oderico da Pordenone: Relación de Viaje, Introducción y notas de Nilda Guglielmi, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1987; The Travels of Sir John Mandeville, Penguin, Londres, 1983).

   Uno de los franciscanos que orientaron su atención, gracias a la obra de Llull, hacia la fe y el pensamiento del Islam, fue el célebre FrayAnselmo Turmeda (1352-1432). Nacido como su maestro en la isla de Mallorca, se hizo musulmán con el nombre de Abdallah al-Taryumãn (“El traductor”) y fijó su residencia en Túnez. Hacia 1420 escribió un libro apologético del Islam que fue traducido al castellano del árabe por Míkel de Epalza, con el título Fray Anselm Turmeda (‘Abdallah al-Taryumãn) y su polémica islamo-cristiana, Hiperión, Madrid, 1994. «Hacia 1432 murió entre los musulmanes con fama de virtuoso. Siendo sepultado honoríficamente, y conservando todavía hoy su sepulcro un prestigio de santidad que le hace meta de visitas y peregrinaciones» (cfr. Cristóbal Cuevas: El pensamiento del Islam. Contenido e Historia. Influencia en la Mística española, Istmo, Madrid, 1972.

   Otro franciscano lulista fue Fray Raimundo de Sabunde (m. 1436), que estudió las obras de Averroes e Ibn al-’Arabi.

Peregrinos de Occidente: desde Jacobo de Ancona a Ludovico Vertomano

   La aventura, el espionaje, la curiosidad, la búsqueda del conocimiento, la redención y la piedad fueron motores de numerosos europeos medievales y renacentistas para incursionar en el Oriente, cercano, medio y lejano.

   Uno de ellos fue el hasta ahora desconocido Jacobo Ben Salomón de Ancona (1221-1281?), un mercader judío italiano que realizó entre 1270 y 1273 un gigantesco itinerario desde su nativa Ancona (Italia), pasando por Ragusa (Dubrovnik), Creta, Rodas, Damasco, Bagdad, Basora, Cormosa (Ormuz, hoy Bandar Abbás, Irán), Cambay (Gujarat, India), Ceilán (Sri Lanka), Singapur, hasta la impensable Zaitún (hoy Chuan-chow o Quangzhou, más conocida como Cantón), el puerto más importante del Lejano Oriente en poder del mongol Kublai Jan (1215-1294), un soberano budista muy tolerante con todas las creencias y mecenas de la literatura y las artes. Jacobo hizo su trayecto de regreso volviendo sobre sus pasos hasta el Océano Indico pero desviándose luego hacia el suroeste, cruzando por Adén, el Mar Rojo, El Cairo, Alejandría hasta su Italia natal. Su epopeya es anterior a los viajes de Marco Polo (1271-1295), Oderico da Pordenone (1265-1331) y de Ibn Battuta (1325-1349), quienes también llegaron hasta la lejana Zaitún (en árabe significa olivo), llamada «La ciudad de la luz»: «La rada de Zaitún es una de las mayores del mundo o —mejor dicho— la mayor. Allá vi cien enormes juncos, aparte de incontables embarcaciones menores. Es una inmensa bahía que penetra en tierra hasta confundirse con el gran río (Sikiang, «río del oeste», 2.100 km). En este lugar, como en toda China, cada habitante dispone de un huerto en cuya mitad tiene la casa, lo mismo que, entre nosotros, sucede en Siwilmasa. Por eso sus ciudades son tan extensas. Los musulmanes habitan en una ciudad separada» (Ibn Battuta: Op. cit., pp. 725-726). La historia de Jacobo de Ancona fue descubierta e investigada por el erudito judío británico David Selbourne y nos permite acceder a detalles poco conocidos del mundo islámico del siglo XIII (cfr. David Selbourne: The City of Light. Jacob d’Ancona, Little, Brown and Company, Londres, 1997).

(ver la continuación en archivo pdf)

Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM

Edición Elhame Shargh

Todos derechos reservados.

Se permite copiar citando la referencia.

www.islamoriente.com

Fundación Cultural Oriente

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